Howard Prince
(Woody Allen), individuo poco recomendable por su falta de seriedad y su
afición al juego, se ofrecerá como tapadera para que su antiguo compañero de
colegio pueda, durante la caza de brujas del cejijunto senador McCarthy, seguir
cociendo guiones televisivos y comiendo; todo a cambio de una pequeña comisión
por entrega firmada.
Alfred Miller,
el escritor, es rojete y su amigo de infancia, ahora empleado en un bar,
daltónico convencido; pero las relaciones, las novias y, porqué no, ese gen de
conciencia que generalmente no se desarrolla, harán que nuestro mediático,
prolífico y triunfador "creador sin pluma" vaya cambiando su visión
de las cosas.
La tapadera. La
coartada. Lo políticamente correcto. El mirar por la mirilla con curiosidad al
vecino. Toda sociedad pasa por momentos así a lo largo de su Historia,
humillantes, instantes donde hay denigración en todas las esquinas.
Aunque terrible
para denunciante y denunciado, no se puede condenar a un ser humano por admitir
alguna complicidad tras haber sido sometido o amenazado con tortura u otros
métodos de coacción. Pero, ¿qué lleva a una persona por su propio pie a
levantarse y dar una lista de nombres?
Recreación de uno de los periodos políticos más oscuros de los Estados Unidos,
la era MacCarthy (en la que se vieron envueltos tanto el director como el
guionista del film), "La tapadera" es una evocación irónica y amarga
de la famosa Caza de Brujas (centrada aquí en el mundo de la televisión) en la
que miles de artistas, intelectuales, pensadores y sindicalistas de izquierdas
sufrieron la persecución y el ostracismo.
Persecución bajo la acusación de ser o apoyar a
comunistas y grupos subversivos, con el estudiado propósito de descubrir y
eliminar a quienes criticaran el establishment o pudieran tener la capacidad de
despertar la conciencia en la población.
La caza de
brujas comunistas fue uno de los fenómenos más denunciados por lo mejor de la
intelectualidad estadounidense. Obras teatrales como "Las brujas de
Salem" ponían el dedo en la llaga, mientras que algunos de los pilares
artísticos de una tierra que se proclamaba de libertades, quedaban señalados
como parias y elementos subversivos.
Martin Ritt coge un guión de Walter Bernstein para mirar con una dosis de tranquilidad uno de esos casos, usando el talento interpretativo de Woody Allen para hacer de testaferro.
Martin Ritt coge un guión de Walter Bernstein para mirar con una dosis de tranquilidad uno de esos casos, usando el talento interpretativo de Woody Allen para hacer de testaferro.
Lo cierto es que es alucinante la capacidad de Allen
de hacer un personaje menos de quiebre de los que suele hacer, pero lo borda.
Aunque no
parece acabar de encontrarse del todo cómodo teniendo tanta responsabilidad en
una obra que no es suya. El resto del reparto raya a gran altura.
Producida con
muy bajo presupuesto y una visible escasez de medios, su autor, el director
Martin Ritt, ejerció en ella una especie de venganza personal, que por
extensión fue la venganza de toda una generación de hombres y mujeres de
Hollywood: la venganza contra el Maccarthysmo.
No es que aquel
tenebroso periodo de la historia americana, afectara tan solo a los estudios de
cine y a los que trabajaban en la industria cinematográfica, pero sin duda fue
en Hollywood donde cobró mas relieve aquella ola de intransigencia y de
fascismo que durante unos años batió en el pecho de la sociedad norteamericana.
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