Howard Prince
(Woody Allen), individuo poco recomendable por su falta de seriedad y su
afición al juego, se ofrecerá como tapadera para que su antiguo compañero de
colegio pueda, durante la caza de brujas del cejijunto senador McCarthy, seguir
cociendo guiones televisivos y comiendo; todo a cambio de una pequeña comisión
por entrega firmada.

La tapadera. La
coartada. Lo políticamente correcto. El mirar por la mirilla con curiosidad al
vecino. Toda sociedad pasa por momentos así a lo largo de su Historia,
humillantes, instantes donde hay denigración en todas las esquinas.
Aunque terrible
para denunciante y denunciado, no se puede condenar a un ser humano por admitir
alguna complicidad tras haber sido sometido o amenazado con tortura u otros
métodos de coacción. Pero, ¿qué lleva a una persona por su propio pie a
levantarse y dar una lista de nombres?

Persecución bajo la acusación de ser o apoyar a
comunistas y grupos subversivos, con el estudiado propósito de descubrir y
eliminar a quienes criticaran el establishment o pudieran tener la capacidad de
despertar la conciencia en la población.

Martin Ritt coge un guión de Walter Bernstein para mirar con una dosis de tranquilidad uno de esos casos, usando el talento interpretativo de Woody Allen para hacer de testaferro.
Lo cierto es que es alucinante la capacidad de Allen
de hacer un personaje menos de quiebre de los que suele hacer, pero lo borda.
Aunque no
parece acabar de encontrarse del todo cómodo teniendo tanta responsabilidad en
una obra que no es suya. El resto del reparto raya a gran altura.
Producida con
muy bajo presupuesto y una visible escasez de medios, su autor, el director
Martin Ritt, ejerció en ella una especie de venganza personal, que por
extensión fue la venganza de toda una generación de hombres y mujeres de
Hollywood: la venganza contra el Maccarthysmo.
No es que aquel
tenebroso periodo de la historia americana, afectara tan solo a los estudios de
cine y a los que trabajaban en la industria cinematográfica, pero sin duda fue
en Hollywood donde cobró mas relieve aquella ola de intransigencia y de
fascismo que durante unos años batió en el pecho de la sociedad norteamericana.
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