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Anatomia de un asesinato (1959): La ambigüedad y la ley



Frederick Manion (Ben Gazzara), un teniente del ejército, asesina fríamente al presunto violador de su mujer (Lee Remick). Ella contrata como abogado defensor a Paul Biegler (James Stewart), un honrado hombre de leyes. Durante el juicio se reflejarán todo tipo de emociones y pasiones, desde los celos a la rabia.

Encuadrada en el subgénero del cine de juicios que tantas grandes películas ha proporcionado y que permanecen en nuestra memoria, esta apasionante película es una de las más logradas, en mi opinión.

Se podría decir que la palabra “anatomía” involucra aquí sutilmente al cuerpo femenino. Estamos ante el caso de una violación, ocurrido a la esposa de un teniente del ejército norteamericano, el cual salió luego en busca del hombre –amigo de su esposa- que cometió el hecho y le propinó cinco balazos.

El hecho puede ser juzgado como un homicidio premeditado asumido por venganza (pues ocurrió una hora después de consumada la violación), o como la consecuencia de una reacción disociativa o impulso irresistible, pudiendo el sindicado, en este último caso, obtener su libertad.


El juicio que se llevará a efecto, es un magnífico ejercicio de retórica en el que, tanto el defensor Paul Biegler (un astuto y simpatiquísimo James Stewart) como el fiscal Claude Dancer (agudo y manipulador George C. Scott), sacarán a relucir sus mejores dotes, en un duelo de jurisprudencia y humanidades, que dejarán ver muy clara su relevancia, a la hora de resolver un crimen. 

Los temas tratados, no tanto la violación como la supuesta promiscuidad sexual de la protagonista femenina, y lo explícito del lenguaje; forzaron los límites del código censor que se había autoimpuesto el cine americano.

El director Otto Preminger dio los primeros pasos para que el cine dejase de tener limitaciones en sus temas, y en el tratamiento de estos. Esa audacia es un valor añadido, a los valores cinematográficos que atesora la película.

La película se toma su tiempo para describir a los personajes, matizar el ambiente y los detalles de su personalidad. 

Cosas difíciles de encontrar en el vertiginoso y estereotipado cine actual. 

Funciona como thriller y por si fuera poco, destapa todo el proceso que se lleva a cabo en un juicio, por lo que no deja de ser interesante e instructivo. 

Si bien la primera parte de la historia, podría haberse condensado bastante, ya que el juicio como tal, no comienza hasta la segunda hora del filme.

Los juicios en EEUU son una suerte de interpretación, es decir, el abogado no tiene que convencer al juez, sino que tiene que convencer a un grupo de personas cotidianas que son el jurado popular, y su discurso para convencer esta a la altura de todo un showman. Eso lo refleja a la perfección esta película.


La sutil resolución de la historia, pienso que nos deja con cierta desazón, pero es muy interesante (porque se asemeja mucho más al “american style”, que a la verdadera justicia), y en todo caso, sentimos haber estado ante uno de los mejores duelos de abogados, que nos haya dado el arte cinematográfico.




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Moby Dick (1956): La Gran Obsesión



Ahab (Gregory Peck), el capitán del Pequod, un barco ballenero, vive obsesionado por dar caza a Moby Dick, la gran ballena blanca que le arrancó una pierna y lo llenó de odio y sed de venganza. Por esta razón, consagra su vida a navegar incansablemente por los siete mares con el fin de capturar a su presa.

Primera adaptación (si no me equivoco) del clásico literario de Herman Melville, considerada por muchos la mejor que jamás se ha hecho. 

Enseña con todo lujo de detalles como era la caza de la ballena antiguamente, pero antes de esto nos encontramos ante un precioso pueblo marinero, repleto de buenos marines, y una cultura arraigada al mar impresionante. Todo ello, a través de la mirada del director John Huston.

El ritmo, que va claramente de menos a más, me parece muy bien llevado, con el handicap añadido de que ya se conoce el final de la historia.

Por lo que se deja poco para el suspense, aunque da mucho juego para bucear en la naturaleza humana.

Por otro lado, la parte documental, la que muestra la dura vida del ballenero, me parece el complemento perfecto para una película, en la que la parte de historia del guión se queda un poco corta. 

Como protagonistas Gregory Peck trabaja con carácter y autenticidad en un papel lejos de su cine habitual y llama la atención el pequeño papel de Orson Welles, siendo notables las interpretaciones de Richard Basehart, Leo Genn y James Robertson Justice entre otros. 

La dirección artística emplea para estos unos vestuarios y caracterizaciones sugestivos a marineros y gentes de la época.

La tripulación admira y teme al capitán, sólo Starbuck, el primer oficial, intenta parar la locura, aún viéndose finalmente metido de lleno y por orgullo en la idea de ver a la ballena flotando panza arriba.

Se trata de un viaje sin retorno, en el que ni los hombres ni el barco importan, si con su sacrificio se consigue la recompensa en el corazón de este capitán, marcado por las heridas sufridas, por su anterior viaje.

Los únicas pegas que le encuentro, son en los recortes de la novela hechos para simplificar la trama, el casting y el poco tratamiento que se hace de los temas filosóficos del trasfondo de la novela.

Temas que van desde la lealtad a un capitán enloquecido, a la lucha del hombre por enfrentarse a Dios, a través de la dominación de la naturaleza; en este caso, una gran ballena blanca, como símbolo de ese poder superior, con el que enfrentarse y descargar la rabia.

Moby Dick es la historia de unos hombres contra su destino, el trágico desenlace de perseguir lo inevitable, de marinos contra algo que les supera en tamaño y rabia, guiados por el deseo de venganza, de su implacable líder. 


Mucho más que una película de aventuras, un viaje interior de un hombre corroído por el rencor, que busca enfrentarse a la justicia divina.





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El fuego y la palabra (1960): El poder de la palabra



Elmer Gantry (Burt Lancaster) es un hombre atractivo, oportunista y absolutamente inmoral. Tras asistir, por casualidad, a una reunión religiosa, se da cuenta de lo fácil que es ganar dinero como predicador y se convierte a la religión Evangélica. Con la hermana Sharon Falconer (Jean Simmons) a su lado, Elmer pronuncia unos estremecedores sermones que le permiten conseguir fama y dinero. 

El guión está basado en la novela Elmer Gantry (1927) del premio Nobel norteamericano Sinclair Lewis (1885-1951), y fue llevada al cine por el director y también aquí guionista Richard Brooks.

La película pone su sello en un tema controversial, no sólo en Estados Unidos, sino en todas partes y es el de la religión como negocio. No tiene un momento de pausa, y las emociones de los personajes están permanentemente a flor de piel, y con ellos, las de los espectadores.

Gantry vive cada instante como si le fuera la vida en ello, ama de verdad, compadece, peca, engaña, predica poniendo en ello cada centímetro de su cuerpo. Por contra, la hermana Sharon Falconer es una figura totalmente diferente a Gantry. 

Ella es una verdadera creyente, pero también reconoce el valor práctico que tiene lo que hace, desde una perspectiva empresarial.

Sabe que Gantry no es sincero, que en realidad no está ayudando a nadie pero la fama y la fortuna son demasiado seductores. 

Gantry y Falconer tienen distintos objetivos morales para hacer lo que hacen, uno por seducción, otra por creer en lo que hace.

La película, ambientada en los años 20, recrea con bastante fidelidad la manera en que estos falsos predicadores, engañaban y estafaban a las pobres gentes incultas temerosas de dios. 

El film se deja ver de forma muy amena, pero no transmite demasiada fuerza en su contenido, o por lo menos de forma progresiva, sino que su atronadora robustez, reside en una serie de momentos concretos.

En especial con los momentos donde Burt Lancaster, tiene la oportunidad de lucirse; es innegable que el actor aprovecha todas sus oportunidades de aparición en pantalla.

El gran Burt Lancaster demuestra aquí, que es un animal cinematográfico de primer nivel. Lo que al principio crees que será, uno de los personajes más odiosos y sinvergüenzas que uno haya visto en pantalla, te acaba conquistando tanto como a él el personaje de Jean Simmons, que también lo borda.

Igualmente, se destacan dos secundarios de lujo: Arthur Kennedy, ya con la respetabilidad y experiencia incuestionable y la bella Shirley Jones, dando vida a la prostituta que pone en aprietos, al protagonista eje de la historia

Lo mejor es el modo en como ofrece su visión, sobre la manipulación de la ética y la moral por parte de predicadores y su influencia en una sociedad hipócrita, con la terrible necesidad de sujetarse a alguien o a algo, para qué les guíe y poder seguir adelante.


Estamos ante una fuerte crítica que debió de ser voraz y precoz en su época, pero el tiempo la ha suavizado, aunque sólo en parte. 





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Quo Vadis (1951): Cuando Roma dominaba el mundo.



Cuando regresa victoriosamente a Roma, después de tres años en el campo de batalla, el general Marco Vinicio se enamora de Ligia. Pero ella es cristiana y sus creencias le impiden enamorarse de un guerrero.

Aunque fue adoptada por un general retirado, jurídicamente es un rehén de Roma, de modo que Marco consigue sin dificultad, que el emperador Nerón se la ceda en pago por sus servicios.

La industria ha hecho películas religiosas desde los comienzos del cine, con mayor y menor acierto. Dado que la fe es competencia del propio individuo, es preferible juzgar este género por su valor histórico que por su valor religioso.

En 1951 la MGM lanza esta superproducción, que fue un gran éxito de taquilla, y, aunque hoy no se crea, también de crítica. Ya sabemos que la crítica actual usualmente trata con cierto desprecio a este tipo de films.

Sin embargo, centrándonos en la época, Quo Vadis fue la pionera de otras grandes obras épicas que para mí la superaron, y llegaron después: Los diez mandamientos, Ben Hur, Sansón y Dalila, Demetrio y los Gladiadores…

Quo Vadis es una película literaria mezclada con hechos reales, todo ello pasado por el filtro Hollywoodiense. 

Tiene como elemento definidor común, el ofrecer una imagen romántica de un cristianismo idealizado, encarnado en la Roma «de los mártires y de las catacumbas», cuyos valores morales terminan por imponerse, regenerando así a la corrompida sociedad, de la Roma pagana.

Otro tema sutilmente introducido es el de la persecución de los cristianos, con claros paralelismos con la persecución de judios recientemente sufridas por los nazis (cristiano = judio, romano = soldado alemán), lo que puede explicar como es posible que unos cineastas judíos, realicen tal exaltación de la persecución cristiana. 

La película tiene un ingenioso y, pese a las casi tres horas de duración, entretenido guión. Hollywood no reparó en gastos en adaptar la novela histórica del polaco Henrich Sienkiewicz, que narra los amores de un romano y una cristiana, con una recreación de la Roma antes y después, de ser incendiada por un soberbio Peter Ustinov en su recreación del emperador Nerón (y que obtuvo su nominación al Óscar).

Aunque la película cuenta con las actuaciones de Robert Taylor y la bella Deborah Keer, quién más destaca es éste personaje. 

Enfermizo y entregado a la comodidad de sus más excéntricos como aborrecibles placeres, que consistían en componer canciones y organizar banquetes, con el fin de ser escuchado por sus más fieles servidores.

Aun con sus fallos, propios del cine de la época, como la introducción con calzador de subtramas amorosas vanas y prescindibles, Quo Vadis es un intento más que digno de indagar en el misterio, por otra parte insondable, de la expansión del cristianismo.

Se trata de un film que es puro entretenimiento y aunque lo hemos visto múltiples veces aprovechando la Semana Santa, y el tiempo ha maltratado sobretodo su timorato mensaje pro-cristiano (o era judio?) convendría revisitarlo una vez más.

Así podremos admirar el glamour de una época ya lejana y no lo suficientemente recordada, sobretodo porque contribuyó a poner en imágenes la época romana, y poco importa que sea verdadera o no. Por algo le llaman a Hollywood la fábrica de los sueños, ¿verdad?





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Dias sin huella (1945): Memorias de un alcoholico




Don Birnam (Ray Milland) es un escritor fracasado a causa de su adicción al alcohol, adicción que lo ha destruido física y moralmente, y lo ha convertido en un hombre desprovisto de voluntad. 

Con tal de seguir bebiendo es capaz de todo, incluso de robar. Tanto su novia (Jane Wyman) como su hermano intentan por todos los medios regenerarlo, pero sus esfuerzos parecen inútiles. Primera película estadounidense de Billy Wilder. La acción se desarrolla durante un fin de semana, (la versión española titula el film de otra manera, como tantas veces, sin ceñirse a la traducción del título oficial) y es una crónica de lo que es tocar fondo y la probable redención.

Obra que nos adentra en las devastadoras consecuencias de las adicciones, en este caso el alcoholismo, las cuales en nuestra época se han difundido como una plaga abarcando las drogas, los juegos de azar y de video y hasta el mismo Internet.

Sabemos de sobra que la dependencia de cualquier droga, alcohol en este caso, marca de una manera que es imposible seguir un ritmo de vida acompasado.

El detallismo con que Wilder logra captar y retratar el horror de esta enfermedad es tremendo. 

Las formas en como el protagonista busca desesperado el ingenio para esconder sus botellas, los empeñamientos, y esas alucinaciones que llega a tener.

Incluso el nivel de degradación y humillación que alcanza el personaje es también imponente, desde robar una cartera, amenazar a un barman, hasta prostituirse en el sentido propio de la palabra.

Hay que reconocer que algunas cosas no cuadran demasiado en el guión, y algunas parecen incluso forzadas; pero
tiene los condimentos para triunfar y Billy Wilder es el mejor director, para realizar de todo ello una obra maestra.

Además de una actuación del protagonista, Ray Milland, brillante y terriblemente humana, si bien tiene momentos sobreactuados; y Jane Wyman como esa mujer admirable con gran belleza interior, y muy valiente para luchar con ese monstruo interior,

A diferencia de “Días de vino y rosas” que también trata el problema del alcoholismo, Wilder centra más la mirada en el personaje, su vida, su alrededor, sus ambiciones, sus ilusiones, las personas que lo rodean, para saber todo aquello que el alcohol se está llevando consigo.

Incluso en nuestros días, pocos se han atrevido a mostrar de una forma tan realista, la relación de dependencia con respecto a algún vicio reconocido. 

Hasta entonces, la figura del borracho tenía en la mayor parte de las veces connotaciones cómicas, o bien de persona atormentada por un pasado traumático (se le reconocía un motivo y se toleraba). 

Sin embargo, Wilder trató el tema del alcoholismo de cara, despojando a su protagonista de motivos que puedan resultar comprensibles al espectador (excepto por algunas referencias apenas sabemos gran cosa de Birnam salvo que es escritor y que tiene un problema con la bebida), y mostrándo su particular descenso a los infiernos etílicos, en una lucha desigual de resultado incierto. 

En el film el alcoholismo es producto del fracaso, la dificultar para aceptar los errores, impotencia, es beber para olvidar los que no queremos recordar. 
La lucha contra las adiciones es muy dura y pocas veces termina como en la película.


Cabe reconocer que al pasar los años esta cinta no ha perdido valor a diferencia de otras que son devaluada, por el solo hecho del avance de la tecnología.




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