Elmer
Gantry (Burt Lancaster) es un hombre atractivo, oportunista y absolutamente
inmoral. Tras asistir, por casualidad, a una reunión religiosa, se da cuenta de
lo fácil que es ganar dinero como predicador y se convierte a la religión
Evangélica. Con la hermana Sharon Falconer (Jean Simmons) a su lado, Elmer
pronuncia unos estremecedores sermones que le permiten conseguir fama y dinero.
El
guión está basado en la novela Elmer Gantry (1927) del premio Nobel
norteamericano Sinclair Lewis (1885-1951), y fue llevada al cine por el
director y también aquí guionista Richard Brooks.
La
película pone su sello en un tema controversial, no sólo en Estados Unidos,
sino en todas partes y es el de la religión como negocio. No tiene un momento
de pausa, y las emociones de los personajes están permanentemente a flor de
piel, y con ellos, las de los espectadores.
Gantry
vive cada instante como si le fuera la vida en ello, ama de verdad, compadece,
peca, engaña, predica poniendo en ello cada centímetro de su cuerpo. Por
contra, la hermana Sharon Falconer es una figura totalmente diferente a Gantry.
Ella es una verdadera creyente, pero también reconoce el valor práctico que
tiene lo que hace, desde una perspectiva empresarial.

Gantry y Falconer tienen distintos
objetivos morales para hacer lo que hacen, uno por seducción, otra por creer en
lo que hace.
La
película, ambientada en los años 20, recrea con bastante fidelidad la manera en
que estos falsos predicadores, engañaban y estafaban a las pobres gentes
incultas temerosas de dios.
El film se deja ver de
forma muy amena, pero no transmite demasiada fuerza en su contenido, o por lo
menos de forma progresiva, sino que su atronadora robustez, reside en una serie
de momentos concretos.
En especial con los
momentos donde Burt Lancaster, tiene la oportunidad de lucirse; es innegable
que el actor aprovecha todas sus oportunidades de aparición en pantalla.
El gran Burt Lancaster demuestra aquí, que
es un animal cinematográfico de primer nivel. Lo que al principio crees que
será, uno de los personajes más odiosos y sinvergüenzas que uno haya visto en
pantalla, te acaba conquistando tanto como a él el personaje de Jean Simmons,
que también lo borda.

Lo mejor es el modo en
como ofrece su visión, sobre la manipulación de la ética y la moral por parte
de predicadores y su influencia en una sociedad hipócrita, con la terrible
necesidad de sujetarse a alguien o a algo, para qué les guíe y poder seguir
adelante.
Estamos ante una fuerte
crítica que debió de ser voraz y precoz en su época, pero el tiempo la ha
suavizado, aunque sólo en parte.
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