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El fuego y la palabra (1960): El poder de la palabra



Elmer Gantry (Burt Lancaster) es un hombre atractivo, oportunista y absolutamente inmoral. Tras asistir, por casualidad, a una reunión religiosa, se da cuenta de lo fácil que es ganar dinero como predicador y se convierte a la religión Evangélica. Con la hermana Sharon Falconer (Jean Simmons) a su lado, Elmer pronuncia unos estremecedores sermones que le permiten conseguir fama y dinero. 

El guión está basado en la novela Elmer Gantry (1927) del premio Nobel norteamericano Sinclair Lewis (1885-1951), y fue llevada al cine por el director y también aquí guionista Richard Brooks.

La película pone su sello en un tema controversial, no sólo en Estados Unidos, sino en todas partes y es el de la religión como negocio. No tiene un momento de pausa, y las emociones de los personajes están permanentemente a flor de piel, y con ellos, las de los espectadores.

Gantry vive cada instante como si le fuera la vida en ello, ama de verdad, compadece, peca, engaña, predica poniendo en ello cada centímetro de su cuerpo. Por contra, la hermana Sharon Falconer es una figura totalmente diferente a Gantry. 

Ella es una verdadera creyente, pero también reconoce el valor práctico que tiene lo que hace, desde una perspectiva empresarial.

Sabe que Gantry no es sincero, que en realidad no está ayudando a nadie pero la fama y la fortuna son demasiado seductores. 

Gantry y Falconer tienen distintos objetivos morales para hacer lo que hacen, uno por seducción, otra por creer en lo que hace.

La película, ambientada en los años 20, recrea con bastante fidelidad la manera en que estos falsos predicadores, engañaban y estafaban a las pobres gentes incultas temerosas de dios. 

El film se deja ver de forma muy amena, pero no transmite demasiada fuerza en su contenido, o por lo menos de forma progresiva, sino que su atronadora robustez, reside en una serie de momentos concretos.

En especial con los momentos donde Burt Lancaster, tiene la oportunidad de lucirse; es innegable que el actor aprovecha todas sus oportunidades de aparición en pantalla.

El gran Burt Lancaster demuestra aquí, que es un animal cinematográfico de primer nivel. Lo que al principio crees que será, uno de los personajes más odiosos y sinvergüenzas que uno haya visto en pantalla, te acaba conquistando tanto como a él el personaje de Jean Simmons, que también lo borda.

Igualmente, se destacan dos secundarios de lujo: Arthur Kennedy, ya con la respetabilidad y experiencia incuestionable y la bella Shirley Jones, dando vida a la prostituta que pone en aprietos, al protagonista eje de la historia

Lo mejor es el modo en como ofrece su visión, sobre la manipulación de la ética y la moral por parte de predicadores y su influencia en una sociedad hipócrita, con la terrible necesidad de sujetarse a alguien o a algo, para qué les guíe y poder seguir adelante.


Estamos ante una fuerte crítica que debió de ser voraz y precoz en su época, pero el tiempo la ha suavizado, aunque sólo en parte. 





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