Un
pastor protestante (Burton), expulsado de su iglesia, trabaja en México como
guía turístico, dirigiendo excursiones formadas sobre todo por americanas
maduras.
En
una de ellas es víctima de los intentos de seducción de una sensual jovencita,
lo que le granjea la animadversión de las demás mujeres. Finalmente, el grupo
llega a un hotel regentado por una vieja amiga suya (Ava Gardner).
Es
inevitable entender de por sí, que cuando vemos una obra adaptada de Tennessee
Williams, nos adentraremos en el punto de vista que el autor tiene sobre las
relaciones y carencias humanas con diálogos casi teatrales, para lucimiento
casi siempre de los actores protagonistas. A eso nos atenemos y lo aceptamos.

La profundidad
e ironía de diálogos y personajes de “La noche de la Iguana” nos sumergen en un
exótico cuento, sobre los diablos interiores que nos persiguen toda la vida.
Nadie es perfecto, no se sabe bien a quien compadecer más y esta óptica
indulgente e imparcial es el mejor valor del film.
Huston
interpreta el texto de Williams desdramatizándolo de la tragedia de seres en
busca de la felicidad, esa meta que todos buscamos, y que tanto cuesta
encontrar.
La
película no habría sido posible sin el inconmensurable talento de su reparto.
Richard Burton sencillamente está genial, genial y delirante, tan desbocado e
inquietante como su personaje.
Él capitanea una película en la que importan más
las relaciones entre los personajes que lo que verdaderamente sucede a lo largo
de todo el metraje.

Y
finalmente, Deborah Kerr una actriz cuya
elegancia y sobriedad le dieron a Hannah, uno de los personajes más fascinantes
del cine, representando a una mujer virtuosa y bondadosa, pero de férrea
voluntad.
Para
aquellos que alguna vez han pensado en dar un giro a su vida, y encontrar su
lugar en el mundo, esta es la película.
El ver el encuentro de tres personajes
intensos y desubicados que llevan toda la vida luchando por encontrar su sitio
individualmente. Cuando los tres coinciden en el espacio y en el tiempo, saltan
las chispas y los acontecimientos se precipitan, dejando salir su verdadero yo.
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