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Cautivos del mal (1952): Cautivos del éxito, a toda costa.



Un tiránico y manipulador productor de cine (Kirk Douglas), que ha caído en desgracia, pide ayuda a un director (Barry Sullivan), a una actriz (Lana Turner) y a un guionista (Dick Powell), a los que ayudó a triunfar, pero que tienen sobradas razones para detestarlo.

Los tres le reprocharán su falta de escrúpulos para alcanzar el éxito, sin reparar en las personas a las que traicionaba o engañaba.

El éxito, la fama y la gloria son los principales objetivos de muchos de los hombres y mujeres ambiciosos que quieren ser algo grande en la vida, sobre todo en lo referente al mundo del espectáculo y, en especial, del cine.

Y con tal de conseguirlas son capaces de obrar de mil maneras y de manipular a la gente que tienen a su alrededor, de la que se sirven como un medio o un peldaño más para lograr la fama, sin importar herirlos, engañarlos o utilizarlos a ellos o a su trabajo, para luego robárselo y dejarlos tirados.

Vincente Minnelli nos ofrece aquí un drama de cine dentro del cine, basado en las historias de una actriz, un director y un guionista que explican, porque no quieren trabajar, con el hombre que los lanzó a la fama. 

Dirigida con un ritmo activo y con un estilo original en el montaje y el argumento que atrapa notablemente al espectador intrigándolo.

La historia contada a modo de Flash-Back, está basada en anécdotas personales sobre la vida del insaciable productor real David. O. Selznick, al que no le importaba demasiado sacrificar a quien fuese necesario, con tal de sacar adelante sus ambiciosos proyectos.

El trío del director, de la actriz y del guionista es fundamental para la película, tanto como el productor. Cada personaje de la película cuenta su historia, cuenta como conoció a Jonathan Shields, cuenta como era lo miserable de su vida en ese momento y antes de eso, y como cambió tras ese acontecimiento. 

Lo que todos concuerdan, aunque lo odien, es que sus vidas cambiaron para bien de algún modo, alcanzaron el éxito y todo se lo debían de algún modo por él, aunque sus vidas hayan sido marcadas por el odio, el rencor y el desprecio.

Como ya ocurriera en “El crepúsculo de los dioses” toda la película es una dura crítica a los productores de Hollywood, y su manera de encumbrar y destruir estrellas, con el único fín de ganar dinero sin importar el resultado final. 

Es cierto que el paso del tiempo se hace notar en ciertos aspectos del film, cómo, por lo demás sucede en casi todos los films. 

Cada época dispone de un “barniz”, cultural o formal, que se aplica sobre la superficie de los films rodados en ella; pero debajo de esa superficie existen cuestiones que no envejecen.

Y esas cuestiones a menudo apuntan a la condición humana, con sus virtudes y sus miserias, el espíritu emprendedor, la ambición por triunfar, el narcisismo, el hedonismo y los caprichos del destino, todo ello vestido de melodrama.

Las actuaciones son deslumbrantes y muy profesionales. Como protagonistas Lana Turner está admirable en un papel con hundimiento psicológico, Kirk Douglas está persuasivo y convincente y Walter Pidgeon señalado en su tarea, siendo notables los acompañamientos de Dick Powell, Barry Sullivan y Gloria Grahame entre otros. 

Una mirada a las entrañas de ese mundo de ilusiones, pero también de sacrificio, ascenso y decadencia, que es el cine, es lo que nos ofrece Vicente Minelli en este gran clásico.




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