El
día de San Valentín de 1900, las estudiantes de la Escuela Appleyard van de
excursión a Hanging Rock, una región australiana montañosa. A lo largo del día
se producen una serie de fenómenos sobrenaturales: el tiempo se detiene,
estudiantes y maestras pierden el conocimiento, y tres chicas y una profesora
desaparecen en las montañas.
Estas desapariciones, rodeadas de otros sucesos
extraños, afectarán al entorno del colegio y a las demás chicas, de distintas
maneras.
Existe
un Peter Weir antes de hacer las Américas y dirigir sus películas más famosas
para el gran público, como Dead Poets Society (El Club de los Poetas Muertos,
1989) o The Truman Show (El Show de Truman, 1998) por poner dos ejemplos
significativos. Sin embargo, en su etapa Australiana, y aún sin poder con gran
presupuesto, el cineasta mostraría su habilidad para hacer un cine singular,
como es esta película.
Sí
hay que definir esta película con una palabra es ONÍRICA. Esta historia
clásica, basada en una supuesta historia real australiana, se podía haber afrontado
de varias maneras; desde la criminalística a la dramática, pasando por la
interpretación sobrenatural.

Aparte de que el casting
es muy astuto, buscando la impresión visual y emotiva más que la experiencia
interpretativa, todo son buenas decisiones.
La narración está llevada de tal forma que no se cae en el terreno
pantanoso de lo paranormal, pero el espectador no puede sacudirse la sensación
de que algo anómalo ocurre.
“Picnic en Hanging Rock”
propone formas arriesgadas, pero que no acaban de funcionar del todo.
Estéticamente el filme resulta interesante y consigue agobiar y desconcertar al
espectador.
Ahora bien, también es
cierto que el filme se embarulla en su discurso, y a medida que avanza el
metraje da la sensación de que el director, no tenía muy claro que hacer
finalmente con el filme.
El
hecho de que esté o no basada en hechos reales carece de la menor importancia
para valorarla. La a veces inevitable necesidad de obtener explicaciones
redondas de las cosas, nos hace olvidar que muchas cosas no la tienen en la
vida real, y las vivimos sin más.
Son
sensaciones, experiencias, momentos, estados de ánimo que pueden surgir ante
cualquier estímulo, como la visión de algo, un pensamiento, etc.
Este cine
"de vivencias" requiere un espectador consciente de ello para poder
ser apreciado.
Por tanto, para disfrutar de este "Picnic en Hanging
rock" es mejor solo dejarse llevar por las bellezas de sus imágenes, por
las delicadas y sensibles interpretaciones de sus inocentes protagonistas, por
la poesía que desprende, por la envolvente música y, sobre todo, no pensar
nunca en la laguna absoluta de su argumento.
A Peter Weir le interesó mucho más profundizar en todo esto, que en
intentar revelar al espectador lo que realmente pudo suceder aquella tarde de
febrero de hace más de un siglo, si es que realmente algo ocurrió.
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