Evelyn (Kathy Bates), una
mujer madura que vive frustrada por su gordura y por la insensibilidad y
simpleza de su marido, conoce casualmente en un asilo a Ninny (Jessica Tandy),
una anciana que le va contando poco a poco una dramática historia ocurrida en un
pequeño pueblo de Alabama.
El relato se hace cada vez
más fascinante: gira en torno a la gran amistad entre dos mujeres (Mary Stuart
Masterson y Mary-Louise Parker) y al misterioso asesinato del marido de una de ellas.
Tomates verdes fritos adapta
la novela de Fannie Flagg y consiguió convertirse en una película muy popular
gracias a que la voz corrió deprisa, llevando a la gente al cine.
A pesar de
eso, los admiradores del libro, aunque admiten que es fiel como adaptación,
acusan a la película de ser cobarde a la hora de abordar algunos temas, como el
racismo o la homosexualidad.
Contada
como una sucesión de flash backs, la historia derivará en una alegoría a la
rebeldía y la libertad frente a una sociedad opresiva y autoritaria.
Una
rebelión contra los prejuicios de un pasado que se ata a la tradición como
pretexto para ejercer el control en un entorno cambiante, una sociedad en el
que ser o hacer algo diferente es un peligro.
El reparto es un auténtico
escándalo. Tenemos tres protagonistas: Kathy Bates, comodísima en el papel de
mujer chapada a la antigua que experimenta un cambio impresionante; Jessica
Tandy, actriz clásica que sigue conservando el magnetismo de su juventud, convertido
ahora en un encanto bárbaro.
Por último Mary Stuart
Masterson, icono ochentero que alcanza en “Tomates verdes fritos” el punto más
alto en su trabajo, con una labor tan cuidada, que parece estar mostrándonos a
una persona real. Lo que ayuda a la película ya que nos encontramos con un
relato dentro de otro, y ahí el realismo juega un papel clave.
Mary-Louise Parker está muy
correcta en otro de los personajes clave en la "insinuación" de la
homosexualidad y del costumbrismo, del sur de los Estados Unidos.
Lo siento, pero aparte de
sus virtudes sí me parece moralista, un poco manipuladora emocionalmente en
algunas escenas, sentimentalista a ratos y un poco edulcoradita.
Si negase esto
me estaría mintiendo y estaría dando una opinión falsa. Me lo parece.
No obstante -y esto es lo
que me sorprende-, al cabo de las más de 2 horas que dura el metraje acabo con
un extraño y agradable buen sabor de boca. Así que me pregunto por qué.
Quizá sea porque el sentimentalismo, se mezcla con toques de humor encantadores, no sé. Quizá es porque el relato moralista no es recalcitrante -el racismo se toca, pero no se insiste en dar una enseñanza, es bastante realista el retrato que se hace; el machismo se nombra, pero sólo afecta claramente a un personaje; el poder de la amistad es el eje, pero no aburre-.
Quizá lo que ocurre es que
el edulcorante tiene partes más naturales que artificiales, hay buen rollo, hay
buen ambiente, hay emotividad, y se nota.
El mérito, lo que valoro y aplaudo, es que, incluso teniendo trazas de todas esas cosas, el buen recuerdo que tendré, el buen sabor que me deja y el buen rato que he pasado no me lo quita nadie. Y eso tengo que decirlo.
Una
historia alegre, una historia triste, una historia fuerte.
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