Adaptación del texto teatral de Yasmina Reza "Le dieu du carnage", (quién
colabora además en el guión del propio filme); Roman Polanski saca su lado más
malévolo y mordaz para hablarnos sobre la hipocresía de lo cotidiano, partiendo
de un incidente de lo más común entre dos niños.
En el Parque del
puente de Brooklin, un grupo de chavales se divierte con juegos inofensivos...
o no tanto. Lo que parece una charla amistosa se torna en un cada vez amargo
intercambio de empujones y -presuntos- insultos. Sin saber bien cómo, uno de
los críos agarra con fuerza un palo y golpea a otro en toda la cara,
rompiéndole dos dientes.
Posteriormente
los padres del chico agresor, Michael (John Reilly) y Nancy (Kate Winslet), se
reúnen en la casa de los padres del niño agredido, Penelope (Jodie Foster) y
Alan (Cristopher Waltz) para tratar este incidente. Todo muy formal, muy
políticamente correcto... en un principio.
La conversación
se complica, y van saliendo a flote los caracteres más íntimos de cada uno de
ellos. Aparecen los egos, fuertemente instalados; las frustraciones, los
resentimientos personales y de clase, llegándose a la destrucción de esos egos,
a veces disimuladamente, a veces cruel.
Se producen así
una serie de situaciones, a veces serias, a veces tremendamente cómicas, que
hacen que el film sea estupendamente divertido.
“Un dios
salvaje” no oculta sus orígenes, así tenemos prácticamente una única
habitación, cuatro personajes y diálogos sin parar, sin apenas música.
En
principio da cierta pereza enfrentarse a una película con estas condiciones,
pero sabe sacar partido de sus limitaciones.
En este caso son
sólo cuatro los personajes, con lo cual el éxito de la historia tiene que basarse
en las interpretaciones de los actores y en un guión que mantenga el interés
sin decaer.
Los papeles y
roles del cuarteto son atractivos y también domados por cuatro de los más
grandes actores del momento, quizás debería decir de la última década.
Kate Winslet, en
un personaje tan reprimido como disparatado, gracias a unas gotas de alcohol;
Christopher Waltz, para mí el mejor, con un personaje inquieto y muy
solicitado; Jodie Foster, en un personaje sollozante y egocentrista; y por
último John C. Reilly, un personaje contenido pero con carácter.
Así, al que se
define como alumno aventajado de maestros como Ivanhoe o John Wayne, le da asco
coger con las manos un hámster. La que critica la relación de dependencia entre
el hombre moderno y los teléfonos móviles, se desmorona cuando alguien destroza
su kit de maquillaje.
La que tilda a
los demás de hipócritas, despotrica a la espalda de sus invitados a las
primeras de cambio. Por su parte, el que se gana la vida en las cortes de
justicia, tiene la firme creencia (nada exenta de cinismo) que nuestro mundo
está gobernado por el caos, la violencia y la brutalidad.
Si algo está por
encima de la realidad, si existiese un Dios que nos trascendiera y al que nos
pareciéramos a imagen y semejanza, creo que sus características serían la
irracionalidad, la soberbia, el egoísmo y la locura.
Tan solo hay
algo que me ha desconcertado de la película de Roman Polanski, y es que todavía
no he entendido qué clase de pretensión tiene. Si pretendía mandar algún tipo
de mensaje o simplemente pretendía entretenernos.
Si era lo
segundo, lo ha conseguido con 80 minutos de comedia de la buena, de la mejor
que se puede ver hoy en día (lástima que sea tan corta). Si sus pretensiones
iban más allá, si quería dotar a la película de mensaje y cierta profundidad,
ha quedado alejada de “El Ángel Exterminador” de Buñuel, película con una
situación parecida.
Polanski nos
deja una secuencia final que abre a un futuro esperanzador con los
protagonistas condenados a entenderse, al mostrarnos un tierno hámster y a los
niños detonantes del argumento, jugando de nuevo.
Una película que
te mantiene fijo a la pantalla durante todo el metraje. Y eso es mucho decir en
el cine de hoy en día.
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