Kelly es una
prostituta que llega a la ciudad de Grantville huyendo de su pasado. Tras un
primer encuentro con Griff, el capitán de la policía de la ciudad, consigue
rehacer su vida trabajando como enfermera en un hospital para niños inválidos.
Además, se enamora del hombre más bueno y rico de la ciudad; pero las cosas no
son exactamente lo que parecen…
La
historia que se nos cuenta es más que potente, y debió serlo aún más en su
época, pero a día de hoy se mantiene original, turbadora y sorprendente.

Toca temas delicados y vigentes como el aborto, la prostitución, la pederastia, el machismo, el caciquismo, el sutil, pero inabordable, muro entre los afortunados y los que han caído en desgracia, o la tolerancia con aquellos crímenes que no saltan a la luz pública o que no salpican a los poderosos.
Sin embargo, no
es una obra derrotista y a través de una heroína fuerte y decidida (sin perder
ni un ápice de feminidad), apunta las claves para sobrevivir en la jungla (y de
paso ayudar a algunos por el camino) sin perder la humanidad: independencia,
coraje, compasión y convicción.
De la misma
forma, la narración es un ejemplo de cómo captar inmediatamente el interés, ir
añadiendo matices mientras se muestra un entorno y una galería de personajes
fantásticos en sí mismos y en sus interacciones.
Todo lo comentado la convierte en una película notable, pero lo que la hace sobresalir es la capacidad de introducirte en un mundo casi onírico y fantasioso sin perder realismo ni cierta crudeza. Francamente, creo que eso es muy difícil, y pocas veces se consigue.
El director
Samuel Fuller sale bien parado gracias a su capacidad para conectar con
elegancia escenas crudas e incluso violentas (por ejemplo la famosa secuencia
de apertura o el encuentro con la madame) con momentos casi mágicos (como el alquiler
de la habitación).

Sólo ella podía
alejar del ridículo una historia así, y sólo Fuller podía tener el atrevimiento
y talento suficiente, para reconvertir una canción inicialmente lacrimógena (interpretada
por niños discapacitados) en una melodía perversa dispuesta a acompañar a la
escena más perdurable -y perturbadora- del filme. Y que por supuesto, no voy a
contar aquí.
Un comienzo brutal (en todos
los sentidos de la palabra) acaba en un final suave y desmerecido. Luego
supimos que no era éste el final que quería, y que había determinado Sam
Fuller, pero la presión política y económica de los USA, y su industria de
Hollywood, decía (y sigue diciendo) cómo se terminan las cosas, más que nada
para que la gente no pierda tiempo decidiendo y pensando, (¡que el tiempo es
oro y no hay que desperdiciarlo!, ¡que hay mucho que comprar!).
Fuller rinde homenaje al coraje de la prostituta Kelly, una mujer que decide,
por orgullo, renunciar a su pasado e iniciar una nueva vida, pero que topará
con la hipocresía de una sociedad que extiende visados de respetabilidad sin
atender a la pureza de las personas, sino siguiendo los dictados de la conveniencia
o las apariencias.
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