En 1945, un hombre con un solo brazo llega al desolado pueblo de Black Rock. Es John MacReedy (Spencer Tracy) y busca a Joe Komaco, un granjero japonés cuyo hijo le salvó la vida durante la guerra.
El
comportamiento de los vecinos es extrañamente hostil y grosero, y las preguntas
de MacReedy sobre Komaco no reciben respuesta.
Es evidente que ocultan algo, lo
que despierta la curiosidad del forastero, que no está dispuesto a irse antes
de descubrirlo.
Dentro de la
filmografía del director John Sturges (“Los siete magníficos”, 1960) y en la
carrera del bueno de Spencer Tracy, figura, en lugar destacado, esta
“Conspiración de silencio”.
Una película
llena de intriga, agradable sabor a western, personajes con una personalidad
muy bien marcada, y una duración tan breve que hace que la cinta se nos pase en
un soplido.
No es fácil retratar la América profunda, esa América rural, alejada de todo y de todos, con silencios impuestos y con historias ocultas.
Pero no cabe la menor duda, de
que gran parte del mérito de la cinta radica, en abordar un tema relativamente
desconocido como fue la segregación y depuración.
Impuesta a los japoneses residentes en EE.UU. tras el ataque a Pearl Harbour, y el inicio de la II Guerra Mundial.
Impuesta a los japoneses residentes en EE.UU. tras el ataque a Pearl Harbour, y el inicio de la II Guerra Mundial.
La historia
puede parecer algo sencilla, ya que se lleva a cabo en un periodo cercano a 24
horas o un poco más. En ese tiempo John Sturges montará un trabajo sobrio,
serio y bien estructurado. Un pueblo casi fantasma, 10 casas a lo sumo. Donde
la última vez que paró el Expresso fue hace casi 4 años. Pocos habitantes, algo
normal dado el número de viviendas.
Pero algo
resulta extremadamente llamativo. Cuando John MacReedey se baja del tren, atrae
no solo la atención de todos ellos, sino un odio inexplicable hacia su persona.
El espectador se comerá el coco durante buen rato, intentará descubrir que motivo lleva a estas personas a provocar al recién llegado, sin causa alguna.
El espectador se comerá el coco durante buen rato, intentará descubrir que motivo lleva a estas personas a provocar al recién llegado, sin causa alguna.

Este proceso, llevó a juicio a cineastas, guionistas o incluso actores a sus comisionados de investigación sobre Actividades Antiamericanas.
Magistralmente caracterizados por el director, todos los actores resultan memorables en sus interpretaciones, singularmente Spencer Tracy -el elemento extraño que perturba la aparente calma del taciturno pueblo- y Robert Ryan, el líder racista de un grupo de descerebrados "patriotas".
Y a tener en
cuenta el paisaje, desértico, montañoso, abrasador, que oprime a esos
personajes y no les deja otra opción que un asumido aislamiento y un rechazo
brutal a cualquier intento de cambio.
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