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El espía que surgió del frio (1965): El verdadero espia


A pesar de que sus últimas misiones son bastante irrelevantes, el agente secreto británico Alec Leamas no desea abandonar la clandestinidad para ocupar un despacho oficial.

Su nueva misión en la Alemania Oriental parece más interesante: consiste en hacerse pasar por un desertor, y para que su deserción resulte verosímil, se las ingenia para desacreditarse y desacreditar a sus jefes, hasta conseguir que lo expulsen de la agencia.

Adaptación de la novela homónima de John Le Carré, que por cierto, no había leído con anterioridad, por lo que desconocía totalmente la trama. Hoy en día podría verse casi como una película histórica, una vez caído el muro de Berlín y finalizada la guerra fría.

Estos hechos dieron lugar a la proliferación de novelas y películas, basadas en el secreto mundo del espionaje, siendo los mejores ejemplos el James Bond de Ian Flemming y el agente Smiley (aquí sólo en un papel secundario) de John Le Carré.

Pero comparar a James Bond y sus películas con el Alec Leamas protagonista de esta historia y con esta película es como comparar un huevo con una castaña.

Si en el cine de espías que estamos acostumbrados a ver gracias al gran 007 prolifera la acción, el lujo y las situaciones inverosímiles, en este caso nos encontramos con la realidad del espionaje.

No hay glamour, no hay superhombres entrenados para todo, ni aparatos ultramodernos, ni acción trepidante, ni tan siquiera tiros. Hay engaño desde la lógica. 

Se juega al engaño todo el rato; este es el mundo del espionaje, poca acción y mucho engaño. Estos son los espías del mundo real, poco parecido al héroe de acción.

Richard Burton, nos ofrece aquí la figura perfecta para recrear a ese agente desgastado y resentido que, por dinero, vuelve a jugarse la vida, y enamorado de Nancy Perry (Claire Bloom), una bibliotecaria confesa comunista, estará empeñado en protegerla deseando que no resulte involucrada en ningún caso. 

Oskar Werner es Fiedler, el hombre certero que quizás deje demostrado que, lo que luce como justicia, no siempre es Justicia. 

El argumento se va desarrollando paso a paso, con sus conflictos políticos y sus dobles traiciones, sin perder de vista la parte humana de los personajes. Es en esto donde la película (imagino que también el libro de Le Carrè) gana sus enteros. 


Al final no importa mucho saber quiénes son los malos (o los peores), sino más bien la meditación sobre el bien y el mal, sobre la fe y la desesperación, sobre el amor y la inocencia.

Estamos en un mundo retorcido, donde la conveniencia pesa más que la dignidad. Algo así, es lo que puede dejarnos como lección este sorprendente y preocupante filme, que denuncia que, el poder, no suele estar en las manos de los más justos.




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