Mchael Sullivan
(Tom Hanks), lleva trabajando para el señor Rooney (Paul Newman) bastante
tiempo como matón a sueldo; lleva una vida peligrosa para él pero buena para su
familia, ya que gracias a los servicios que presta a la organización mafiosa se
ven beneficiados de una estabilidad económica, inusual en la difícil época por
la que está pasando el ciudadano medio estadounidense.
Pero pronto la traición
y la venganza le convertirán tanto a él, como a su mujer e hijos en blanco de
las pistolas.
Ese prefacio sirve para una historia, que se desarrolla siempre con elegancia y fluye con cierta parsimonia, y que sin duda engancha por sus peculiaridades dentro del género. Peculiaridades que por supuesto no voy a revelar, pero que tienen que ver con las situaciones que se nos van planteando.
Más allá de que
estemos ante una magnífica cinta de gangsters, ésta es una película de amor.
Una película de amor paterno-filial a varias bandas.
Y es que Rooney
no puede evitar amar a Connor (Daniel Craig), su único hijo irresistiblemente
imbécil, y por esa causa tira por la borda el amor que siente por el que en
verdad quisiera que fuera su hijo, su protegido
Sullivan.
Éste a su vez, no puede dejar de amar incondicionalmente a su
familia y, en especial, a su hijo preadolescente con quien recorrerá un largo
camino en busca de justicia.
Las
interpretaciones son maravillosas. Tom Hanks de lujo, serio y correcto; aunque
ciertamente no le va el papel de renegado, consigue dar la talla y salir
airoso.
Un veterano y
experto Paul Newman, en su despedida cinematográfica, quien con su corta
aparición se traga a todos.
Un Jude Law sorpresivo y desconocido (impresionante
su caracterización del peculiar asesino Maguire).
Igual de corta es la
actuación de Jennfier Jason Leigh, pero le da la belleza al filme.
Secundarios conformados
por un destacado Daniel Craig, un medio soso Stanley Tucci, y el par Dylan
Baker y Ciarán Hinds de complemento importante.
El problema es
que es una película muy sutil y contenida, que pasa con excesiva formalidad y
demasiado de puntillas por sus situaciones.
A sus momentos les falta más
intensidad, riesgo y personalidad en su guión y puesta en escena. Una cosa es
que sea bonita y otra que sea implicante.
Es muy fácil que "Camino a la perdición" sea recordada por la belleza
de sus planos en su forma... pero no tanto por su fondo. Es precisamente su
exquisita cinematografía lo mejor de la película.
Tan buena es,
que solo por observar el grano y las tonalidades del film, la fotografía con
sus verdes y tonos oscuros y sus lluvias, ya merece la pena.
Eso sí, se echan
de menos las traiciones y los giros inesperados de guión que poblaban los
grandes clásicos americanos del cine negro de los años 40 y 50.
¿Sabe alguien qué fue de esa siniestra figura llamada "femme fatale"
que tanto juego dio en innumerables obras maestras del film noir?... Sordidez,
engaño, crueldad... Le faltan detalles a esta película.
Aunque, dicho
sea de paso, para ser la primera incursión del director Sam Mendes en este
complejo género, tampoco lo ha hecho rematadamente mal.
Digamos que ha logrado
salvar el pellejo con un producto que arriesga poco, y que tiene la suerte de
contar con un reparto de peso que hace que la película merezca la pena.
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