Con un planteamiento muy teatral, ante la escasez de diversos escenarios, la historia se basa en la idea del falso culpable.
Leonard Vole (Tyrone Power), es acusado del asesinato de una anciana millonaria, y para defenderse consigue convencer al prestigioso abogado Wilfrid Robarts (Charles Laughton), semi-retirado por temas de salud, para que le represente.

Mientras prepara la defensa del caso, Sir Wilfred Robards conoce a la enigmática esposa de su defendido: la hierática Christine (Marlene Dietrich), una alemana que contrajo matrimonio con Leonard cuando éste formaba parte del ejército inglés, poco después del final de la II Guerra Mundial.
Y es que, desde el principio de la historia, se intuye que la participación de Christine en el juicio puede ser determinante para establecer el sentido del veredicto final.
El juicio en sí es la parte principal de película, y es en el estrado donde se acaba resolviendo toda la trama planteada. De hecho, el enigma que rodea a la muerte de la señora French es el plato fuerte.
El modo en el que el director Billy Wilder trata de liarlo todo resulta más que convincente, salvo el desenlace final que es precipitado, forzado y "políticamente correcto". Pero salvo esto último, el desconcierto sobre lo que sucedió, sobre la inocencia o no del acusado, se mantiene hasta los últimos minutos.

Con esta película pasa igual que cuando ves un espectáculo de magia (realizado por un mago experimentado se entiende) sabes en todo momento que lo que está pasando ante tus ojos es un engaño, bien urdido, divertido, pero engaño: aún así disfrutas y te dejas sorprender.
A destacar el trabajo de los actores, especialmente el trío protagonista; el socarrón y extravagante Charles Laughton se lleva aquí casi todos los méritos en cuanto a actuación; sin desmerecer la frialdad malévola y germánica habitual de Marlene Dietrich y la bondad y naturalidad de Tyrone Power.
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