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La Gran Comilona (1973): Una Última Cena Excesiva y Desagradable




Polémica película que narra como cuatro personas se reúnen en una casa para suicidarse en una orgía de comida y sexo. Cuatro amigos unidos por el hedonismo y el tedio más absoluto se reúnen en una mansión con la idea de suicidarse comiendo sin tregua. Pronto añaden a la gula otro pecado capital: la lujuria, y así empiezan a llegar las prostitutas. El sexo obsceno se entremezcla con los cerdos, los quesos, los jamones y el caviar... y cuando todos están cebados, comienzan las deserciones.

Verdaderamente es una película extraña en su ironía o provocación, pero original. ¿Qué motivo los lleva a estos señores a semejante desperdicio? ¿Qué genio puede imaginar una orgía culinaria que tenga entre ojos la muerte? ¿Y por qué hasta la muerte?

Más allá de que se piense en una crítica a los desenfrenos de la burguesía, es importante recordar que se trata también de una imagen grotesca del derroche del hombre en general. Estamos en los setenta, la década de la apertura y las libertades en toda Europa, y donde se ejerció de la forma y manera que la masa necesitaba, con vulgaridad, y con películas donde el feísmo se busca como retrato de uno mismo.

"La gran comilona" es un drama iconoclasta, contrario a toda ética y moral, crítico con sarna hacia la burguesía, pues todos los personajes son presuntamente respetables (un piloto de avión obseso sexual, un productor de TV afeminado, un juez reprimido y un chef impotente, al que se une una rolliza y ninfómana profesora infantil del colegio situado al lado de la mansión).

Estos 5 seres se meten en una jauría canibalista, mientras que las prostitutas invitadas a la fiesta (personas de inexistente reputación social) son las únicas que tienen el mínimo de decencia y raciocinio para salir de semejante callejón absurdo, y marcharse de allí.

No sólo nosotros vomitamos la gula de imágenes de esos hombres que a cada rato justifican sus existencias engullendo comida, o rodeamos repletos de asquerosidad la casa en la que se internaron, ya sea en el baño o en la cocina; sino además lo hacen aquellos personajes que no ingresan en el círculo reducido de su inexplicable vida, como por ejemplo, las prostitutas.

Pocos, parece, tienen esos valores simbólicos necesarios (o el apetito) para ingresar a su selecto modo de vida, como esa extravagante y ninfómana profesora que juega con todos ellos.
Llama la atención que la única superviviente de este suicidio colectivo sea una mujer, una maestra (ninfómana, para más señas) que se unió accidentalmente al cuarteto, y que parece disfrutar sinceramente con los excesos programados por sus compañeros.

Ella se integra con los suicidas de modo mucho más que cómplice, en comparación a las prostitutas, como si de antemano supiera lo que está por suceder.

Es ella quien satisfará sus necesidades más diversas, les servirá de desfogue para sus apetitos, les hará de madre, de puta y de enterradora. Al final, ella es la única con los pies en la tierra y la única que queda viva.

Los personajes son coherentes hasta el final; hay situaciones trágicas, ya lo sabíamos desde el principio. Morir comiendo, qué se puede decir, los dolores de todo tipo mezclados con mierda ha de ser lo peor.

Yo, la verdad, pese a lo escabroso (y mil adjetivos parecidos) no había visto nada igual, ni me lo imaginaba. Una idea excepcional, tremenda, más allá de lo metafórico, eso me da igual, me voy a lo que entra por los ojos.

Al ver los primeros asados, te entra el hambre, al ver los últimos te entran arcadas, por lo que el director Marco Ferreri consigue su objetivo: incomodarnos y revolvernos el estómago.

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