Eddie Felson (Paul Newman) es un joven arrogante y amoral que frecuenta con éxito las salas de billar. Decidido a ser proclamado el mejor, busca al Gordo de Minnesota (Gleason), un legendario campeón de billar.
Cuando, por fin, consigue
enfrentarse con él, su falta de seguridad le hace fracasar. El amor de una
solitaria mujer (Laurie) podría ayudarlo a abandonar esa clase de vida, pero
Eddie no descansará hasta vencer al campeón…
El Buscavidas, es un clásico
de los sesenta que reproduce con maestría el ambiente de esos billares que
entremezclan decadencia y elegancia. Rodada en un siniestro Nueva York, en
lúgubres tugurios, hoteles cochambrosos, salas oscuras de billar o estaciones
de autobuses como refugio de miserias, todo ello bañado con alcohol y humo.
Desde la primera hasta la última
partida de billar queda claro que ganar, es más que llevarse los billetes
apilados en la mesa o alcanzar la mayor puntuación por bolas embolsadas o por
carambolas hechas.
La película, dirigida por
Robert Rossen, es una joya y lo es porque en dos o tres espacios -
especialmente en la sala de billar - con unos diálogos contundentes y con unas
actuaciones soberbias, se logra una radiografía deslumbrante del desvarío
humano.
Felson dilapida su talento y se lleva por delante, destrozándolo, todo lo que se le atraviese: amistad, amor, dinero y, especialmente, a sí mismo. Su orgullo y afición a la bebida y al riesgo lo anulan por completo.
La película nos habla sobre el concepto del éxito en las sociedades modernas, que nos deja en claro que no siempre la felicidad y el triunfo van de la mano.
Destapa las hipocresías y
las frivolidades dentro del mundillo del juego y las apuestas, que solidifica
el mensaje de que quienes dicen ser amigos, pocas veces lo son en realidad si
se quita el interés económico.
No es “El buscavidas” una
película fácil; no es dinámica, sino que se toma su tiempo y en ello las
lagunas pueden aburrir a algunos.
Sin embargo, a los amantes
del cine no les importará su duración de más de dos horas y parlamentos a ratos
exiguos para mantenerse en vilo acerca del desenlace de este jugador
empedernido, en busca de su lección de vida.
Newman se encuentra cómodo en un papel que no suele ser habitual en él, encarnando a un perdedor con todas las letras de la palabra.
Perdedor en la vida por ser ganador en el juego. Logra irradiar con maestría su satisfacción por vivir del día a día, sin mayores objetivos que mantener reluciente su orgullo.
Las aportaciones de George Scott (el manager sin escrupulos)y Jackie Gleason más Piper Laurie (la sufrida novia), hacen que este film sea un clásico de altura, aunque no recomendado para todo público, no por su naturaleza sino por el ritmo lento y meditado de sus movimientos.
Newman se encuentra cómodo en un papel que no suele ser habitual en él, encarnando a un perdedor con todas las letras de la palabra.
Perdedor en la vida por ser ganador en el juego. Logra irradiar con maestría su satisfacción por vivir del día a día, sin mayores objetivos que mantener reluciente su orgullo.
Las aportaciones de George Scott (el manager sin escrupulos)y Jackie Gleason más Piper Laurie (la sufrida novia), hacen que este film sea un clásico de altura, aunque no recomendado para todo público, no por su naturaleza sino por el ritmo lento y meditado de sus movimientos.
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