Durante una guerra, un avión sin distintivo es derribado en el
océano. A bordo se encuentran varias decenas de niños británicos de edades
comprendidas entre los seis y los doce años, que estaban siendo evacuados. El
aparato cae en una isla desierta, aislada de cualquier vestigio de
civilización.
Ningún adulto sobrevive, de modo que los chicos se encuentran, de
repente, solos y se verán obligados a agudizar su ingenio y a tomar decisiones
si quieren sobrevivir. Su actitud y su percepción irán deteriorándose, hasta
llegar a los límites del salvajismo.
Primera adaptación cinematográfica de la novela del mismo nombre
de William Golding, y para mí, mucho más conseguida que la adaptación realizada
en los años 90.
Estamos ante una radiografía sobre la salvaje condición humana; sin
adulto alguno que los guíe, asistimos a como los protagonistas de esta
historia, se organizan democráticamente, pero poco apoco la situación deriva en
la ley del más fuerte, para llevarnos a una explosión de violencia desaforada,
en una metáfora de cómo funcionan las dictaduras.
La fotografía en blanco y negro, ayuda a transmitir la evolución y
degeneración de los personajes, para que nos llegue su nivel de asfixia
anímica. La interpretación amateur de todos los niños, resulta muy convincente
y creíble; un ingrediente esencial para que la historia alcance al espectador y
a la vez le resulte más dramática.
Destacaré el papel de los protagonistas antagónicos; primero
tenemos a Piggy algo rellenito y el más civilizado representa al humano
aposentado en las costumbres occidentales que ha perdido todo su instinto
animal, su símbolo son las gafas, un objeto civilizado sin el cual no puede
sobrevivir en un medio inhóspito.
En el polo opuesto se encuentra Jack, líder nato y atlético a la
par que cruel y salvaje representa los instintos animales latentes pero
escondidos tras el velo de la sociedad, su cuchillo simboliza la fuerza bruta y
el terror.
Ralph, media entre los dos, civilizado pero consciente de sus
instintos salvajes representa el equilibrio perfecto entre los dos mundos
enfrentados, valentía, dialogo y comprensión simbolizados en una caracola que
sopla, para convocar las asambleas democráticas.
El joven Percival simboliza la ignorancia y el terror a lo
desconocido, que termina degenerando en supersticiones y monstruos que dan luz
verde para que el salvajismo y la fuerza se impongan al racionalismo y la
democracia.
Del mismo modo, es el personaje de Simón, callado pero reflexivo e
inteligente, el que representa el conocimiento empírico y racional, no
dejándose llevar nunca por los miedos y supersticiones del resto e intentando
imponer siempre la lógica y la cordura.
Como suele pasar a lo largo de la
historia, su destino no es el más merecido.
Como defecto marcaría que la degeneración de los niños me resulta
forzada; es un retroceso a la prehistoria exagerado. En mi opinión, en el libro
está mucho más definida la evolución de los chicos, ya que es más difícil de
explicar en hora y media escasa de filme.
Una historia que plantea muchas preguntas y casi ninguna
respuesta. Usa los niños como símbolo o metáfora de la inmadurez global del
mundo y de los seres humanos que habitamos el planeta.
Viene a ser una especie de experimento de cómo evoluciona el
carácter humano en situaciones límite: se pasa de la entretenida aventura
inicial a una reorganización fundamentada en la necesidad de un líder, en la
envidia, la avaricia, la falsa solidaridad y un instinto único para lograr la supervivencia.
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