Película basada en el cuento de Hans Christian
Andersen “The Red Shoes”. Una historia sobre el mundo del ballet y el esfuerzo
de una joven talentosa por ser alguien en esa disciplina.
Sin embargo, poco a poco la película me ha ido cautivando por su simbolismo, su romanticismo y su fino sentido del humor. Y al llegar al número central de ballet, me ha ganado sin remedio.
La verdad, he tenido esa mágica y única sensación de estar viendo algo muy grande. No quería que acabase.
He visto “Las zapatillas rojas” con la curiosidad de
quien se enfrenta a un clásico alabado por muchos críticos. Y, la verdad, al
principio no me estaba entusiasmando.
El tratamiento de la historia me ha parecido
artificioso y el argumento es muy plano. Además, el luminoso technicolor de los
años 40 le da a la película un aire impostado, como de opereta, que no ayuda
nada.
Vista ahora, uno entiende que “Las zapatillas rojas”
tuvo que significar toda una revolución en el género del musical. Es una
película hecha fuera de Hollywood, que sin embargo debió de influir
decisivamente en el cine americano de los 50.
Supongo que obras como “Un día en Nueva York” o
“Cantando bajo la lluvia” no habrían sido lo mismo sin el precedente de este
film.
Los directores Michael Powell y Emeric Pressburger, aportan una manera
nueva de integrar los números en la propia trama, enriqueciéndola y dándole un
sentido más onírico.
El número central de “Las zapatillas rojas” no se
limita a mostrar las dotes de la protagonista, ni la actuación que significa su
triunfo artístico, sino que también es la plasmación de sus propios sueños.
Con ello, la película gana en riqueza, es como si los
números musicales aportasen una nueva dimensión a la historia.
La tópica
historia del triángulo amoroso y de los sacrificios de la fama, gana en matices
gracias a unas meras zapatillas.
Sin embargo, el argumento adolece de ciertos
prejuicios machistas. La protagonista se ve obligada a elegir entre el amor y
el trabajo, sin punto intermedio alguno; algo que todos los protagonistas dan
por bueno y que le exigen una decisión al respecto, rotunda y definitiva.
El apartado interpretativo es correcto, quedando
difuminado por el esplendor y plasticidad del envolvente diseño artístico.
Destacar sobre los demás a Anton Walbrook, como el
empresario firme, obsesivo y celoso de su propia obra, como un Pigmalion que ha
perdido su musa, en manos del amor terrenal. También destacar la ingenua
belleza de una debutante Moira Shearer, que nos apabulla con su actuación en
los números musicales.
Así pues, una buena
película que sentaría las bases sobre ballet musical, pues muchas películas
posteriores sobre este tema, contendrían muchas de las ideas expuestas en “Las
Zapatillas Rojas”.
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