Tras
realizar un atraco en el que han muerto dos personas, Ben Harper regresa a su
casa y esconde el botín confiando el secreto a sus hijos. Tras ser apresado y antes
de ser ejecutado, comparte celda con Harry Powell y en sueños habla del dinero.
Tras ser puesto en libertad, Powell, obsesionado por apoderarse del botín, va
al pueblo de Harper, enamora a su viuda y se casa con ella.
Inquietante
e hipnótica película que supone uno de los primeros y más brillantes thrillers
psicológicos de la historia del cine.
Una perversa historia dirigida con mano maestra por Charles Laughton, que no volvió a dirigir de nuevo, debido al escaso éxito de esta película (qué cosas). Ahora, sesenta años después, aún seguimos admirándonos del poderío visual y onírico de cada una de sus secuencias.
La
historia está contada desde el punto de vista de los niños, donde los malos son
muy malos y los buenos, muy buenos.
Veladamente se nos cuela la visión del
director: el paso del tiempo nos convierte en viejos obsesionados por el
dinero, el sexo y el perdón de los pecados.
Se
desarrolla en el contexto de una sociedad pobre, machista, de fuertes valores y
extremadamente creyente, por lo que Powell, el predicador, irá ganándose adeptos
con sus sermones cristianos y su aparente bondad.
Se critica el fanatismo religioso, y a los falsos profetas charlatanes que nos
embaucan con su verbo fácil, a la vez que se expone la fuerza y claridad moral
de los niños frente al inseguro mundo adulto, que les permite ser felices.
También
conocemos la Gran
Depresión de USA, a través de escenas como la que nos
presenta una cola de niños, que esperan a que una buena samaritana les dé de
comer una patata.
La
película reúne una serie de elementos que contribuyen a crear un clima de
inquietud y desasosiego: un personaje malvado y retorcido, crímenes, un
trasfondo muy presente de religiosidad caduca y perversa, los juegos de luces y
perspectivas, el hecho de ver a unos niños inmersos en un ambiente de intimidación
y maltrato psicológico, etc.
Robert
Mitchum (Powell) encarna a la perfección el papel de malvado. Inquieta con su
presencia. Es un predicador astuto y codicioso sin escrúpulos, que pretende
enriquecerse a toda costa.
Haciendo uso de su labia cristiana y de una falsa
apariencia de bondad penetra en la familia y se va ganando la confianza de los
niños y demás adeptos, mostrandonos los minutos más brillantes del film.
En
resumen, no creo que sea la película más inquietante de la historia del cine,
pero su planteamiento visual único supera ampliamente la calidad de un guión
bastante plano y con un final un tanto moralista que a mi personalmente no me
gusta.
Es lo que tienen los clásicos
antiguos, que hay que saber verlos con los ojos de su época.
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