La
acción transcurre en un cuartel situado en Georgia. Cerca viven los oficiales,
entre ellos el comandante Penderton y su esposa Leonor, un matrimonio no muy
bien avenido: la mujer engaña al marido con el coronel Langdon; mientras, el
comandante intenta superar la situación, impartiendo clases en la academia.
Basada
en la novela “Reflections in a Golden Eye” (1941) de la escritora
estadounidense Carson McCullers; estamos
ante un drama sobre problemas conyugales, típico de la década de los sesenta,
que reflexiona fundamentalmente sobre la represión sexual y sus consecuencias.
Tenemos
la historia de un campamento militar americano dónde se dan todo tipo de
conductas sexuales: adulterio, homosexualidad, voyeurismo, fetichismo... Se
trata de personajes inmorales, complejos, enfermizos e insatisfechos,
derrotados por la cantidad de frustraciones que arrastran.
Por
un lado, Marlon Brando, gran intérprete donde los haya, como un comandante
reprimido y homosexual; por otro lado Brian Keith como delirante voyeur
fetichista enamorado de la esposa de Brando, la petulante, sexual y desafiante
Liz Taylor.
Me
gusta el cine velado. Me gusta por la creatividad que implica para mostrar lo
oculto; si no puedes (o no quieres) decir las cosas abiertamente, el director y
los actores tiene que componérselas como puedan paran sugerirlo, insinuarlo o
reflejarlo de tal modo que el espectador no se pierda y entienda a la
perfección lo que nos están contando.
Pero no me gusta el cine tan, tan, tan velado... Tan sutil que termina siendo confuso y se queda, para su desgracia y la nuestra, a medio cocer.
Y es lo que sucede con «Reflejos en un ojo dorado» (nombre enigmático donde los haya); que pierde la fuerza que podría haber tenido, con algo más de claridad a la hora de plantear los personajes.
Pero no me gusta el cine tan, tan, tan velado... Tan sutil que termina siendo confuso y se queda, para su desgracia y la nuestra, a medio cocer.
Y es lo que sucede con «Reflejos en un ojo dorado» (nombre enigmático donde los haya); que pierde la fuerza que podría haber tenido, con algo más de claridad a la hora de plantear los personajes.
Está
todo tan tapado, con suaves pinceladas, que es casi imposible hacerse un
retrato cabal de las situaciones: el comportamiento injustificado del soldado
Williams, claramente enfermizo; el por qué del matrimonio entre Leonora y
Penderton.
Y lo que realmente une al matrimonio Langdon, con una desequilibrada Alison y un criado filipino que parece servir sólo como contrapunto y alter ego del mayor Weldon. ¿No queda mucho por saber?
Todo esto contribuye a que, además, la historia sea demasiado rebuscada por momentos, poco creíble incluso, y a veces muy lenta, entreteniéndose en detalles que retrasan lo que sería la verdadera historia: la pasión oculta del personaje de Penderton.
Y lo que realmente une al matrimonio Langdon, con una desequilibrada Alison y un criado filipino que parece servir sólo como contrapunto y alter ego del mayor Weldon. ¿No queda mucho por saber?
Todo esto contribuye a que, además, la historia sea demasiado rebuscada por momentos, poco creíble incluso, y a veces muy lenta, entreteniéndose en detalles que retrasan lo que sería la verdadera historia: la pasión oculta del personaje de Penderton.
A pesar de todo y curiosamente, “Reflejos en un ojo dorado” no se cita como una de las primeras películas que abrieron nuevos caminos hacia el Nuevo cine de Hollywood, como “El graduado”, “Bonnie & Clyde” o “Adivina quién viene esta noche”, todas del mismo año, a pesar de, como decía antes, tocar temas tabú para la época.
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