Wayne Szalinski (Rick Moranis), es un científico e
inventor que desarrolla una máquina que permite encoger el tamaño de los
objetos. Una pelota de béisbol activa accidentalmente la máquina sobre sus
hijos, que vivirán una auténtica aventura intentando atravesar el césped del
jardín hasta la casa, convertido ahora en una auténtica "jungla" para
ellos.
Un título emblemático de finales de los
años 80 con un argumento dirigido sobre todo al público infantil, pero con
dosis de entretenimiento suficiente, como para hacer las delicias del público
adulto aficionado al cine de fantasía.
Los efectos están muy bien desarrollados y consiguen trasladar el mundo diminuto de los personajes a la pantalla.
Los efectos están muy bien desarrollados y consiguen trasladar el mundo diminuto de los personajes a la pantalla.
Rick
Moranis es el actor perfecto para encarnar al típico papel de hombre despistado,
inocente y tal vez algo bobalicón. Papel que le hizo famoso en diversas
películas.
Con respecto al resto del plantel actoral,
simplemente decir que resulta correcto. La premisa inicial da mucho juego, pero
es escasamente original.
La estética es ochentera y es casi un pastiche, pero no resulta hortera, sólo llamativa. Guardo un buen recuerdo de cuando vi esta película en mis años mozos y aún la miro con cariño.
La estética es ochentera y es casi un pastiche, pero no resulta hortera, sólo llamativa. Guardo un buen recuerdo de cuando vi esta película en mis años mozos y aún la miro con cariño.
Para ser un pastiche ochentero dirigido
al público infantil es muy entretenida, lo cual ya es bastante.
Sin grandes
pretensiones el film se adentra por vericuetos imposibles y llenos de
imaginación recordando al mejor cine juvenil de los 80: un tipo de cine con
secuencias espectaculares, que en ningún momento ofenden la vista del
espectador. En su día fue un éxito, aunque hoy injustamente olvidado.
El tono infantil no llega a ser
condescendiente sino todo lo contrario, el film se nutre de ideas brillantes e
incluso inquietantes.
En este sentido mantiene un equilibrio muy apropiado,
entre el contenido adulto y el tono infantil.
Puede que los personajes resulten planos pero esto no resta interés a la película puesto que el énfasis está puesto en los efectos y en la fantasía. El ritmo es intenso y en ningún momento nos aburrimos; si bien, vista hoy la trama nos parece un poco ingenua.
Puede que los personajes resulten planos pero esto no resta interés a la película puesto que el énfasis está puesto en los efectos y en la fantasía. El ritmo es intenso y en ningún momento nos aburrimos; si bien, vista hoy la trama nos parece un poco ingenua.
Estamos hablando de un tipo de cine que
ya no se hace, un cine que murió con los 80 y que, los que crecimos en aquella
época aún recordamos con cariño.
El éxito
del filme dio para hacer un par de secuelas: “Cariño, he agrandado al niño”
(1992) y “Cariño, nos hemos encogido a nosotros mismos” (1997), dos títulos que
pasaron por las pantallas, con más pena que gloria.
A pesar de
la poca aportación de calidad que puede ofrecer al séptimo arte, la película de
Johnston, ha hecho pasar muy buenos ratos a más de uno en nuestra juventud, y
deja para el recuerdo una forma de hacer cine comercial con más encanto que el
actual.
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