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Pequeña Miss Sunshine (2006): El Éxito de los Diferentes y Fracasados



Canto a la rareza bien entendida, 'Pequeña Miss Sunshine' es una denuncia en toda regla contra lo correcto, lo perfecto y lo establecido. Y lo es a través de una familia tan estrambótica como real.

Los Hoover son una particular familia, el padre (Greg Kinnear) es un mediocre vendedor de cursos de superación, la madre (Toni Collette) es una neurótica, el abuelo (Alan Arkin) es un drogadicto gamberro.

El tío (Steve Carell) es un suicida homosexual frustrado, el hijo (Paul Dano) es rebelde, se niega a hablar y sólo lee a Nietzsche rebelde y la hija (Abigail Breslin) es la más cuerda, sensata y dulce de la familia.

Estas tres generaciones de esta familia, emprenderán un viaje, deambulando por las carreteras de los Estados Unidos en su destartalada furgoneta amarilla; para que Olive, la hija pequeña, acuda al concurso de belleza Little Miss Sunshine, que se celebra en el otro extremo del país, para cumplir su gran sueño. 

Ninguno de los ocupantes de la carismática furgoneta, volverá del largo viaje siendo el mismo.

En realidad la película tiene los ingredientes de un drama pero la genialidad de los guionistas ha hecho que todas las situaciones trágicas se conviertan en comedia, dotándola de un agradable sentido del humor en el que la risa está asegurada, además de tener el ritmo justo para mantenerte expectante en todo momento.

Aunque los personajes están estereotipados, las relaciones entre ellos rompen todas las reglas, convirtiendo la historia en más humana, si cabe. 

El total se antoja muy natural, gracias a la evolución lógica de sus personajes cuando les toca vivir situaciones como las que atraviesan.

Cada personaje tiene su rol claramente delimitado y su conexión con todos los otros, definida a la perfección.

Creo que aquí no puede decirse que haya un protagonista claro. Aunque bien es cierto que, de algún modo, todo comienza y termina por Steve Carell; cada uno tiene su historia (excepto Toni Collette, cuyo cometido nada despreciable es el de unirlo todo).

Carell demuestra, una vez más, que en comedias camufladas es un genio. La propia Toni Collette está a un nivel muy alto también, así como Greg Kinnear, cuyo papel no es demasiado denso, pero sí tiene el peso suficiente como para llevar consigo un esfuerzo notable.

La jovencísima Abigail Breslin, es encantadora. Su inocencia despierta el más profundo cariño, y viendo la edad que tiene (tenía 10 años) eso es algo muy a tener en cuenta. Paul Dano se mueve de lujo en su papel, mostrándose soberbio en la escena de su "transformación".

No obstante, la gran estrella aquí es Alan Arkin. Cada diálogo y cada escena en la que Arkin está metido es un regalo al espectador, y además interpreta con mucho éxito al personaje más simpático de todos.

Quizás la película peca, como tantas otras, de la fantasiosa meta que buscan los americanos de ser realmente aceptados por la sociedad americana.

En este sentido puede que se vuelva melosa y ñoña, pero nunca privándonos de las gratas dosis de humor.

Esa encantadora familia de frikies en su destartalada furgoneta amarilla hacen que te olvides: 

de que tienes algún que otro michelín, de que tú trabajo no es gran cosa y de que tu vida, en fin, no es tal y como te la esperabas. ¡Fuera complejos!.

La belleza está en la diferencia y en los ojos de la gente que te quiere (aunque estos estén aún peor que tú). Los Hoover me recuerdan en cierto modo a mi mismo y a la gente que conozco. Y es que todos tenemos algo de frikis y, al fin y al cabo, ¿qué es lo normal?

Esta película nos cuenta que la vida es un asco, que no siempre conseguimos nuestros sueños. Pero la gracia está en intentarlo, sobre todo si están a tu lado tus seres queridos.
Y a mí me gusta que me lo cuenten, sobre todo cuando te lo cuentan tan bien.





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El Ángel Exterminador (1962): La Habitación del Pánico



Una auténtica rareza absurda, cuyo principal objetivo es el de ser una crítica a la clase burguesa que se encierra en ella misma. Lo más sorprendente es que esta película consigue este fin propuesto, con unos medios materiales escasos, un pobre presupuesto y con actores grises cuando no malos.

En esa línea siempre tan personal, surrealista e inquietante, el director Luis Buñuel arrebató la máscara de las formalidades y de la etiqueta de la alta sociedad. En este caso, escarbando en el interior humano cuando éste es colocado en una situación extrema, en la que lo peor es la imposibilidad de huir y evadirse de uno mismo y de quienes se hallan alrededor.

Una serie de personas de clase alta son invitadas a cenar una noche a una mansión. Justo antes de la celebración, la mayor parte de los sirvientes sienten la necesidad de marcharse, como si presintieran una amenaza latente, que sólo se puede intuir y olfatear en el ambiente, pero que no se puede identificar ni explicar.

Mientras tanto, la recepción empieza y tanto los anfitriones como los invitados se irán sintiendo paulatinamente atrapados en el interior, como si una fuerza invisible les impidiera salir... Una barrera que no es susceptible de ser captada por los sentidos.

Atrapados dentro, sólo les resta abandonarse a sus propios recursos y a su propio aguante mental y físico, condenados a convivir en el salón día tras día, aislados de un exterior remoto e inalcanzable. 

Un exterior donde también reina la inquietud hacia la suerte de los que están dentro. Curiosamente, tampoco los de fuera son capaces de rebasar la entrada de la casa...

Nadie sabe por qué no pueden salir. Sencillamente, no pueden. No es que la puerta esté cerrada, no es que haya algo terrible fuera. Lo único es que siempre encuentran una excusa para no hacerlo.
El encuentro cínico-cortés de este grupo de burgueses podía haberse solucionado al término de la cena con unos apretones de manos y un “nos veremos en la próxima”, pero Buñuel los quería ahí, en esa habitación.
Quería ver cómo sus aires refinados se terminaban convirtiendo en degradantes. Quería verlos llorar, gritar, desesperarse.

No es que Buñuel deteste la naturaleza humana, lo que al director le provoca arcadas es la naturaleza del señor burgués, exaltado por su condición de adinerado y adornado con un lenguaje cursi y pedante. Se ríe de la burguesía y la satiriza hasta lo ridículo.

Lo que sí es cierto es que Buñuel juega con el espectador hasta el límite de no estar seguro de si se está viendo una broma o una genialidad; de si se está riendo de nosotros o si en realidad es una obra seria.

Hay que reconocer que una vez captada la idea esencial del film, la historia se alarga sin ton ni son, para contar algo que podría haberse resumido en mucho menos tiempo.

Y es que en realidad, se subraya algo que es por todos nosotros conocido: el hombre, envidioso y materialista como es, sin estar contra las cuerdas sólo piensa en su ego, y cuando está contra las cuerdas, se vuelve un ser animalesco y violento. La verdad, no hace falta ser rico para volverse un imbécil integral en según qué situaciones.







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Cinema Paradiso (1989): Carta de Amor al Cine



Totó está creciendo en un pueblo italiano cuyo único entretenimiento es el cine de dicho pueblo. Y él ama el cine. Con algunos tejemanejes consigue meterse en la cabina de proyección, junto con Adolfo que le enseña toda la magia de las películas.

En el marco de la Italia profunda de la posguerra (clerical, retrógrada y opresora), se desarrolla esta historia de amistad de un niño con su mentor, que le abre una puerta a un mundo de ensueño como es el cine, y que también es una cruda advertencia de que, en el fondo, nunca hay que olvidar de donde se viene.

Cuando éramos pequeños seguramente muchos de nosotros tuvimos un confidente y como todo buen amigo te cuida, te da un consejo y al final de todo, terminaría por aprender mucho más de lo que se imaginaba.

En el caso de Totó, su existencia está íntimamente relacionada con el cine de su pueblo, aquel lugar donde los lugareños se congregaban y se sentían partícipes dentro de la comunidad, donde dejaban atrás las preocupaciones cotidianas y se adentraban, cuando las luces se apagaban, en otro mundo, como si soñaran.

El amor es, sin duda, el protagonista principal del film, de allí que no puede extrañarnos un pacto de ayuda y respeto hecho entre dos personas con una notable diferencia de edades.

Menos aún asombrarnos la vehemencia con la que uno de los involucrados en dicho trato, luego de volver la mirada hacia sus sentimientos mas puros, le suplica al otro que salga en busca de los logros que él nunca pudo obtener.

El elegante hombre gris que es el protagonista al principio del filme, se transfigura ante nosotros como el niño curioso y soñador que era de chico, y es ahí cuando cualquier espectador ya adulto viaja a su pasado más tierno, aderezado con un primer amor, las aventuras infantiles, etc.

Disney a la italiana: no sienta mal, pero lejos queda de poder ser nombrada entre las películas de categoría ya que tira de un dramatismo muy barato y típico, y técnicamente es muy convencional.

En resumidas cuentas, es una obra sobrevalorada por lo efectivo de su sentimentalismo, pero que en el fondo no pasa de ser un bonito producto de consumo. Típica película para adultos que no quieren dejar de ser niños.

Cinema Paradiso es ante todo un canto al cine, a la memoria, a la amistad y al amor, una película enternecedora, con una gran música, por la cual transitan una extraordinaria galería de personajes (el loco de la plaza, el cura censor, el acomodador timorato, el conocedor de diálogos, el señor que escupe, el nuevo rico…) que, además de dotarla de comicidad, la convierten en entrañable.

Cinema Paradiso es la representación de la unión entre el cine y la vida. Si Ud. es cinéfilo; si Ud. quiere conocer el por qué de los amantes de cine que van todos los días a ver cualquier película que pueda disfrutar; si a Ud. le da por recordar que el cine y las buenas películas son parte de su vida, por favor no deje de ver Cinema Paradiso.

Recomiendo a aquellos que nunca la vieron, que se acerquen a sus puertas, las abran y sin pedir permiso tomen asiento y disfruten de la función.








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Terciopelo Azul (1986): Excéntrica y enigmática perturbación


A David Lynch hay que cogerlo con ganas y estar preparado mentalmente para lo que te va a contar, que siempre es un plato que no se digiere fácilmente, un paisaje onírico y surrealista, lo más parecido a un sueño que no se olvidará.

A partir de un contexto como éste: un tranquilo pueblo americano, aburrido y cotidiano, sin nada emocionante; Lynch embarca al espectador en una pesadilla, en un ensayo sobre la locura, en la atracción que nos produce el lado oscuro de lo real.

El film cuenta la historia de una misteriosa oreja humana encontrada y al mundo oscuro que ella nos lleva en un tranquilo y feliz pueblo, donde un joven y apuesto muchacho decide investigar, (pues el se encontró la oreja), y la típica hija universitaria rubia de un policía decide ayudarle.

Es ahí cuando entra en escena un psicópata completamente loco; que ha secuestrado al marido e hijo de una cantante de cabaret, solo porque está enamorado de ella y así violarla porque no sabe darle su amor de otra manera.

Entonces el joven muchacho se ve envuelto en toda la locura del psicópata y conoce a la cantante, con la que se fascina y aterra al mismo tiempo.

Terciopelo Azul, es la película más "normal" (accesible, comprensible) que he visto de David Lynch.

Quizá esto decepcione a algunos, pero realmente yo veo en ella, salvando ese aspecto, muchos de los rasgos que caracterizan el cine de este autor.

Los ingredientes están ahí: la oscuridad, la realidad dual, el ambiente, la música como catalizador emocional y también argumental, la agresividad, la sensualidad, la mezcla entre ambas (no confundir agresividad y sensualidad con violencia y sexo), los personajes psicóticos, etc.

Y el caso es que, pese a contar una historia que se entiende inmediatamente (a diferencia de otras películas suyas), no desaparece la tensión constante y la sensación de "¿pero qué es esto?", el sentimiento de estar viendo algo engañoso.

En cuanto a sus personajes, la película juega a mostrar la anormalidad de unos personajes que conviven con otros rodeados de apacible felicidad.

Aquí tenemos dos bandos diferenciados, el primer bando es el que forma Jeffrey (Kyle MacLachlan) y Sandy (Laura Dern), con sus personajes rezumando inocencia y demasiada mojigatería colegial.

Por otro lado, tenemos el bando de Dorothy (Isabella Rossellini) y Frank (Dennis Hopper), personajes turbios y esquizofrénicos.
Lynch los mete en ese mundo extraño y aprieta el botón de la coctelera. 



Lo que sí destaca a mi parecer son las interpretaciones destacando claramente Isabella Rossellini del resto. Con todo, no logra plenitud en sus intenciones de exploración psicológica y particularmente creo, que no era la actriz idónea para el papel angular del film, aunque hace un papel genial.

Kyle MacLachlan también muestra perfectamente a su personaje, reflejando muy bien la curiosidad de un joven que se adentra en un mundo malvado y horrible, del que le costará escapar, y en el que se verá envuelto por el personaje de Isabella, quién lo atrapa y lo seduce.

Dennis Hopper personifica a un personaje estúpido y violento, que sobreactúa en cada una de las escenas.

Provoca en el espectador una sensación de mezcla entre repulsión y risa.

Laura Dern, genial también, con un papel importante, que hace que el protagonista se introduzca en la investigación de los hechos.

La trama es interesante, aunque a ratos poco consistente y con unas escenas inolvidables que juegan con la sensualidad de los protagonistas (que no sexual, durante el metraje se respira erotismo).

La mafia existe, las drogas también, y también existen las perversiones sexuales, lo que a muchos no les gustó de esta película tal vez es que Lynch lo mostrara, y no nos gusta porque es desagradable.

Lynch jamás trata al espectador como alguien incapaz de entender lo que quiere expresar; nunca tiene miedo de que no lo comprendan, porque al fin y al cabo se acaba aceptando que el mundo es incomprensible y como consecuencia, los seres que habitamos en él también lo somos.

Pero las excentricidades del director le pueden seguir jugando una mala pasada al espectador que directamente, ve un montón de hechos ilógicos representados aquí.

Para muchos una obra maestra y un clásico moderno, mientras que para otros un sinsentido pretencioso.







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El Color Púrpura (1985): El Color Del Dolor


 
Correcto melodrama basado en la novela de Alice Walker y dirigido por Steven Spielberg, cosa muy inusual en él. Cuando por fin Spielberg ya se había encasillado en producciones de cine puramente comercial, aunque no por ello exentos de calidad, el cineasta quiso explorar nuevos caminos de la profesión y se atrevió con el drama.

Su primera incursión en el género no podía ser más buena; ‘The Color Purple’ nos narra una historia sobre el racismo, el machismo y el maltrato a las mujeres por parte de los hombres, en una sociedad americana que daba sus últimos coletazos de racismo indiscriminado, tras la liberación de los esclavos.

El color púrpura es una película de sentimientos, la vida de una mujer maltratada y falta de afecto (Whoopi Goldberg), obligada a separarse de su hermana, violada por su padre, maltratada por su marido... que asume su destino con resignación hasta que otras personas le enseñan a valorarse, a quererse y a creer en sí misma.

Este largo proceso de toma de conciencia y superación por parte de una mujer maltratada brutalmente por la vida, constituye un espectáculo íntimo y delicado que llena de satisfacción al verlo.


Para lograr transmitirnos todo eso el director tiene que contar una historia sacando afuera el lado visceral de los personajes, sus sentimientos, y logra conmover muchas veces.
Spielberg nos regala algunas escenas que dejan un nudo en la garganta por las tremendas injusticias y falta de libertades que se vivía en aquella época y lugar (estado de Tennessee en los años 20 y 30).

Pese a que se hace una denuncia a los prejuicios raciales, la mayor apología del film es la defensa de la dignidad humana, no solo por el color de la piel, sino por el sexo. Pues Glover explota y somete a su voluntad al personaje de Goldberg teniendo en cuenta que provienen de raíces muy parecidas.

Sentimentalismos aparte, posee una calidad visual impresionante y es un relato sentido y emotivo. Si en películas posteriores sus buenas intenciones quedaban desinfladas por detalles pueriles y de poco peso, aquí logra traspasar todas sus limitaciones.

Whoopi Goldberg, acostumbrados a verla en contínuos papeles cómicos, sorprende por su nivel de implicación en su personaje, ya que es seguramente el más drámatico y serio de su carrera.

De Danny Glover poco se puede decir, está perfecto, y su registro en el film es muy diferente al de otros de sus trabajos, por lo que el interés es bastante elevado.

Lástima que no se tire de épica y a veces da la sensación de que la cinta se estanca.

Suerte que cuando esto pasa, la historia y los personajes evolucionan en el tiempo y eso le da todas las alas al guión, porque si no la película podría haberse hecho muy cuesta arriba.

Otro pequeño lastre que veo es, que se excede en muchas ocasiones en el llanto fácil y, tal vez por eso, no llega a calar en el espectador como una de las grandes cintas del cine. Spielberg comete el error que cometerá casi siempre en sus obras "serias": demasiado sensibleras a veces, y en el fondo, siempre políticamente correctísimas.

El resultado final es una película sencilla, con un mensaje de lo más noble y humano llevado a cabo con unos métodos muy similares a los mismos valores que trata de transmitir.





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