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Ladrón de Bicicletas (1948): Entre el desempleo y la frustración




En la Roma de la posguerra, Antonio, un obrero en paro, consigue un sencillo trabajo pegando carteles a condición de que posea una bicicleta. De ese modo, a duras penas consigue comprarse una, pero en su primer día de trabajo se la roban.

Es así como comienza toda la aventura de Antonio junto con su hijo Bruno por recuperar su bicicleta, mientras su esposa María espera en casa junto con su otro hijo.

Ladrón de bicicletas es una película minimalista y conmovedora, que destaca más por su historia que por su calidad técnica, y que se sufre, más que se disfruta.

Nos muestra que la necesidad hace al hombre cometer errores que jamás hubiera pensado hacer, pero que de esos errores se aprende. 

El panorama es desasosegador, ya que el único factor que hace luchar a los hombres en esta coyuntura social es la pura y dura necesidad, nada más.

El único elemento que evitará que Antonio Ricci se rinda será el apoyo incondicional de su mujer y su hijo. 

De hecho el único elemento que muestra optimismo en el film es la figura de Bruno, el hijo de Antonio, al fin y al cabo el niño es el futuro de Italia.

Las actuaciones, son conmovedoras y emotivas. Con Lamberto Maggiorani noble y oportuno para la historia,  y un sobresaliente trabajo infantil por parte de Enzo Staiola, que está remarcable y convincente.

Es significativo destacar la relación que se mantiene en todo momento entre padre e hijo, una relación de respeto y confianza que fluctúa y evoluciona, y que va a marcar el paso de la infancia a la adolescencia del pequeño Bruno. 

El neorrealismo italiano, a grandes rasgos, nace de la inquietud de directores como Roberto Rossellini o Vittorio de Sica por romper con el cine burgués-fascista anterior.

Se centra en la necesidad de plasmar la realidad del momento, a través de una filmación lo más realista posible, de sencillas historias centradas en los problemas cotidianos que sufría la gente corriente.

En la mayoría de los casos, para amplificar la verosimilitud, los neorrealistas rechazaban a los actores profesionales; Lamberto Maggiorani, por ejemplo, era un obrero en paro, como su personaje en esta película.

Más que una película, es una joya de la posguerra que me ha enseñado, a valorar la vida y a que siempre debo de agradecer por todo lo que vivo; puesto que de lo bueno y lo malo siempre se aprende.


Además está demostrado que por muy difíciles que sean los tiempos que vivimos, el sol sale para todos y cada día nace la esperanza de un nuevo porvenir.






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Las Uvas de la Ira (1940): La lucha por la supervivencia




Tom Joad (Henry Fonda) regresa a su hogar tras cumplir condena en prisión, pero la ilusión de volver a ver a los suyos se transforma en frustración al ver cómo los expulsan de sus tierras. 

Para escapar al hambre y a la pobreza, la familia no tiene más remedio que emprender un larguísimo viaje lleno de penalidades con la esperanza de encontrar una oportunidad en California, la tierra prometida.

Entretenido drama, que retrata de forma descarnada la sociedad estadounidense en la época de la Gran Depresión, cuando los efectos del crack de 1929 hicieron mella en una enorme parte de la sociedad estadounidense. 

Considero que estamos ante una película irregular, que posee grandes virtudes y algunos defectos que le restan valor al resultado final.

Entre las virtudes destaco el esmero mostrado por el director, para ser un fiel reflejo del tipo de personas que tuvo que emprender viajes de estas características, ya que la novela en la que se basa el film es una serie de relatos periodísticos de Steinbeck.


Añado a esto la gran actuación del personaje de la madre de Tom Joad, interpretada por Jane Darwell, y algunos pasajes que sirven para mostrar la amoralidad del sistema capitalista, de la década de los años 30. 


Un sistema que explotaba de forma inmisericorde a cualquiera que se prestara a ello (especialmente, las personas que se encontraban en unas circunstancias más desesperadas).

En cuanto a los defectos, el ritmo del film me resulta brusco e irregular: no es más que una sucesión de situaciones anecdóticas, que se van mostrando de forma inconexa... También opino que el modo en que evolucionan los personajes está poco elaborado (se explica de forma demasiado liviana, a mi entender). Además, en algunos pasajes los diálogos son bastante pobres.

Paradójicamente, en una obra que se supone que se ataca a un capitalismo salvaje que fue capaz de dejar a una gran parte del país en una situación de miseria y falta de esperanzas, la conclusión no puede ser más conservadora: conviene aferrarse a los valores tradicionales, la familia y el trabajo duro y resignado... 


Porque parece ser que quienes se rebelan contra los abusos de los poderosos acaban muertos (es el caso de Casy) o huidos (lo que le acaba sucediendo al personaje que reclamaba "contratos por escrito" en el asentamiento de inmigrantes, en California).

Una película muy dura y triste, y por lo que me he documentado, bastante optimista en comparación con la novela.

Sería curioso saber como sentaría esta película dentro del glamour hollywoodiense que se estaría viviendo en los dorados años 40. Donde casi todas las películas van de príncipes, reyes, alta sociedad, ricos, famosos, y donde todo es feliz, romántico y sin preocupación alguna.

Aunque ya tenga más de 70 años, sigue siendo de grandiosa actualidad. Lo que más me gustó comprobar es que la policía no está al servicio del ciudadano (tal como ahora), además de realizar una crítica al gobierno de la época.










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De repente, el último verano (1959): Almas atormentadas




En la Nueva Orleans de 1937, una rica viuda, la señora Venable (Katharine Hepburn), ofrece al doctor Cukrowicz los fondos para crear un hospital a condición de que ayude a curar a su sobrina Catherine (Elizabeth Taylor) de un extraño mal psicológico que la aqueja y que la hace balbucear incoherencias sobre la muerte del hijo de la sra. Venable, Sebastián, ocurrida el verano anterior y de la cual Catherine fue testigo

Es entonces cuando el Dr. Cukrowicz se propone descubrir la verdad de lo ocurrido al comprobar lo que parece ser una oscura conspiración para callar a Catherine, en la cual incluso están involucrados su madre (Mercedes McCambridge) y su hermano (Gary Raymond).

Tanto la película como la obra original, fueron demasiado modernas en atrevimiento para la época y no estuvieron exentas de polémica a pesar de la rendición final de crítica y público.

Locura, marginación, homosexualidad, inadaptabilidad, mezclas entre lo real y lo onírico..., son características recurrentes de la obra de Williams también aquí presentes y dosificadas en este caso, junto al amor idealizado y exacerbado de una madre a su hijo, para crear suspense.

Prodigiosamente, el personaje clave del film es ese hijo que nunca aparece físicamente, solo en un flash-back final, pero que toda la película está construida en base a él pues tanto la paranoica madre como la angustiada prima (Taylor) están obsesionadas/enamoradas de él.

Las actuaciones son un gran plato fuerte de la película: Katharine Hepburn encabeza el reparto con su carisma y su buen hacer interpretativo al servicio de un papel de inquietante y perturbadora matriarca de luto.

Liz Taylor no se queda muy atrás como joven torturada e inoportuna; Montgomery Clift está correcto en su rol de médico indagador de la verdad, aunque su rostro está tan marcado por su vida real -todo lo contrario a estable- que resulta a veces inquietante y perturbador cuando lo que debería de aparentar es serenidad; el resto de intérpretes cumplen con sus pequeños roles de forma muy aceptable.

Las emociones narradas están tan al límite que llevarían a cualquier humano al borde de la locura, y esto, de hecho, sucede con alguno de los personajes, a través de los largos intercambios de diálogo entre los personajes.

Claro que lo peor de esta historia si cabe, es el desenlace. 

Ese suceso horrible que todos intuimos a lo largo de la cinta resulta tan extraño, desconcertante, inverosímil, que no hay cómo explicarlo.

Muy posiblemente, la censura de la época evitó que en la historia se reflejasen de manera más explícita conceptos como la homosexualidad y la pedofilia, lo que llevaron a optar por una solución, que en vez de paliar el resultado, lo terminó llevando a algo más incomprensible, morboso e incluso diría que algo ridículo, que desentona totalmente con el resto del filme..

Entonces la angustia y el misterio que se ha ido generando durante minutos y minutos de película, estalla en la cara del espectador, dejándole un gesto de incredulidad.

Una compleja, oscura e incómoda película, que hay que digerir con tranquilidad, lastrada por un pésimo y equivocado final.














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Bailando con Lobos (1990): Homenaje a la raza india




Tras la Guerra de Secesión (1861-1865) y en plena colonización del Oeste (1785-1890), el teniente John J. Dunbar se dirige a un lejano puesto fronterizo que ha sido abandonado por los soldados. Su soledad lo impulsa a entrar en contacto con los indios sioux; así es como conoce a "En pie con el puño en alto", una mujer blanca que fue adoptada por la tribu cuando era niña.

No todas las películas de indios se hicieron en la época de John Wayne. Kevin Costner ha demostrado que también se puede tocar este tema sin caer en la repetición ni en los tópicos. Para mí, es uno de los mejores trabajos de Kevin Costner, por no decir, el que más. Nos cuenta la historia de un soldado y sus relaciones con una tribu de indios.

Como se puede suponer en un principio, éstos se muestran reacios a cualquier tipo de amistad, pero el buen corazón del soldado y los gestos, acaban dándole la confianza necesaria a los indios para abrirse ante él.

La gran baza de "Bailando con..." reside en la representación humana y sincera del pueblo indio (aunque claro, también tildada de indios "buenos" y "malos"), donde queda más que demostrado al final los verdaderos salvajes, suelen ser la mal llamada raza superior blanca.

Las actuaciones, son naturales, auténticas y verosímiles. Con Kevin Costner convincente e impecable, Mary McDonnell espléndida y oportuna, Graham Greene remarcable e intachable. 

Y actuaciones acertadas y apropiadas de Rodney A. Grant, Tantoo Cardinal y Robert Pastorelli. 

En principio puede asustar la extensa duración de esta película, pero a pesar de no ser un film de acción, su ritmo engancha y para nada aburre (y esto tiene mucho mérito).

No puedo comprender como después de esta película y otras como JFK o Robin Hood, Kevin Costner no ha conseguido levantar cabeza en el cine. Pero tenemos que agradecerle que a raíz de esta película luego viniesen otras de este estilo histórico como fueron Braveheart, El Último Mohicano, El Patriota..........

Además con una película de este calibre perdono al señor Costner todos sus errores. Pocas películas tan largas, y a la vez lentas, me han resultado tan amenas y gratas de ver como ésta.

Filme muy espiritual, sobre la soledad, la riqueza de la cultura y la intolerancia; pero sobretodo es una película que habla acerca de encontrarse con uno mismo.


Quizá su mayor virtud sea también su principal defecto y 'Bailando con lobos' resulte demasiado bonita, demasiado bienintencionada y un poco ingenua pero... ¿no tenemos ya bastante con lo dura que es la realidad?






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La Ley de la calle (1983): La Rebeldía adolescente




Rusty James (Matt Dillon) es un joven que sueña con volver a los tiempos de las pandillas juveniles para emular a su hermano mayor (Mickey Rourke), que en su día fue líder de una de ellas y que arrastra una reputación de rebelde e intocable como "el chico de la moto". Pero ahora su hermano ya no está, pues hace dos meses que se marchó, y a Rusty le han citado para una pelea.

Recordada cinta basada en una novela de Susan E. Hinton, que narra la vida de Rusty James, un adolescente que vive más en la calle que en su casa. 

Vive ansioso de que algún día vuelvan los buenos tiempos de las bandas callejeras, cuando su hermano mayor era venerado y respetado.

El ocaso de las tribus urbanas en pos de otras regidas ya no por la ley del más fuerte sino por las drogas, es uno de los puntos fuertes del film; la pelea inicial contra una banda de yonquis inmunes al dolor, es prueba evidente de lo que el director nos quiere sugerir.

Los personajes tienen un futuro incierto, vagando por las calles casi todo el día, fruto de una dejadez educativa provocada por familias desestructuradas o por su alcoholismo destructivo. 

Quizás sea la película más personal de Francis Ford Coppola, por su visión onírica de la adolescencia.

Vi esta película siendo bastante joven, y quedé emocionado. Y es que a esas edades somos una máquina de captar sensaciones, y en esta película se transmiten muchas: el amor entre los hermanos, el valor, la cobardía, la lucha por ser algo en esta vida, y, entre otras cosas más, la libertad.

El ambiente de pesimismo e incertidumbre se eclipsa con la llegada del Chico de la Moto (Mickey Rourke) el hermano viajero del soñador pero inmaduro Rusty. Juntos iniciarán un peregrinaje por las calles nocturnas, con sus billares, locales de música, prostitutas y fantasmas del pasado y del presente.

Coppola sitúa el argumento en un escenario post-urbano de devastación, con un blanco y negro agobiante y una permanente sensación de opresión. Los personajes parecen atrapados por su destino de autodestrucción.

No obstante, el espectador encuentra vías de escape a este ahogo mediante secuencias oníricas o decididamente surrealistas, no exentas de sentido del humor.

La ley de la calle es un film ambigüo. No queda claro si Coppola pretende glamourizar o desglamourizar al rebelde, probablemente las dos cosas. No solo hay un solo tipo de rebelde y cada rebelde tiene sus puntos flacos y fuertes.

Grandes interpretaciones de los actores, con el morbo añadido de que tanto Mickey Rourke como Dennis Hopper experimentaron en sus propias carnes los papeles de chico malo y de alcohólico. También llama la atención ver en sus inicios a Nicolas Cage, Laurence Fishburne, Diane Lane y Matt Dillon.

La obra juega con todos los mitos cinematográficos de los años 50, desde "Rebelde sin Causa" (1955) a "West Side History" (1961) pasando por "Grease" (1978) y hasta "Beat It" (1982) de Michael Jackson. El resultado es un trabajo tan onírico y extraño que, aunque irregular, es casi una película de culto.






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