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Drácula (1958): El comienzo del gran vampiro




El conde Drácula decide abandonar su castillo de los Cárpatos y establecerse en Occidente. Pronto conoce a una joven de quien se enamora y a la que visita por las noches. Esta alarmante situación hace que la familia de la chica busque la ayuda del doctor Van Helsing. 

Fueron los ingleses que bajo el sello de la productora Hammer, especializada en el género del terror y el fantástico que manufacturó títulos afines durante más de treinta años, renovaron el ya consolidado mito del Conde Drácula.

En esta ocasión, su importancia radica en que da comienzo a la carrera del actor Cristopher Lee en el género de terror y vampírico, que establecerá un nuevo estilo dentro del cine norteamericano.

A día de hoy, con las nuevas propuestas en el género, no pasa de ser una suerte de souvenir vampírico. 

Lo mejor de la función, así como en el resto de sus histriónicas secuelas, es la presencia del carismático Christopher Lee, el Drácula oficial para muchos cinéfilos.

En esta cinta, como en todas las que se aborda la historia del sediento y amargado conde, el símil con la magnífica e intemporal obra de Stocker, queda relegado a los apuntes más básicos. 

La acción y la forma de introducir al espectador dentro de la película, es el efecto de la sorprendente y rápida aparición de Drácula como "monstruo", puesto que en otras adaptaciones esta aparición se caracteriza por darle un misterio a la propia forma de este.

Siempre quedará éste Drácula inmortalizado por un Christopher Lee convincente, diplomático, muy inglés, que con su gesticulación y su penetrante mirada, mezcló la libido con la depredación. Sería el papel que le haría inmortal (curiosa paradoja cinematográfica), y que repetiría hasta la saciedad en años sucesivos.

Su rival humano Van Helsing, es encarnado por el también inolvidable Peter Cushing. Ambos actores se batieron a duelo en muchas películas posteriores.

Como curiosidad, destacar que Christopher Lee no tuvo tanta protagonismo en ésta primera incursión sobre su recordado personaje y de hecho, no volverían a contar con él hasta  “Drácula, Príncipe de las Tinieblas” (Dracula, Prince of Darkness, 1966), tal vez la más popular de todas en que Lee se ha metido bajo la capa del vampiro más conocido de todos los tiempos.

La conocidísima obra de Bram Stoker ha dado lugar a infinidad de lecturas cinematográficas, la mayoría de ellas sumamente desafortunadas.

La que nos ocupa se ajusta más, creo, al espíritu goticista del original literario que, pongamos por caso, la fantasmagoría barroquizante que le dedicara Francis Ford Coppola en los noventa.

En cualquier caso, este "Drácula" de la Hammer es recomendable a pesar de su vejez; y su humildad e ingenuidad simpática no oculta una calidad y una pasión por el género, tan enormes como admirables.


Mención aparte para el gigante- en todos los sentidos- Christopher Lee, quien no sólo pone colmillos y su rostro inconfundible al inmortal personaje, sino que renueva el arquetipo hasta nuestros días.




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