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De repente, el último verano (1959): Almas atormentadas




En la Nueva Orleans de 1937, una rica viuda, la señora Venable (Katharine Hepburn), ofrece al doctor Cukrowicz los fondos para crear un hospital a condición de que ayude a curar a su sobrina Catherine (Elizabeth Taylor) de un extraño mal psicológico que la aqueja y que la hace balbucear incoherencias sobre la muerte del hijo de la sra. Venable, Sebastián, ocurrida el verano anterior y de la cual Catherine fue testigo

Es entonces cuando el Dr. Cukrowicz se propone descubrir la verdad de lo ocurrido al comprobar lo que parece ser una oscura conspiración para callar a Catherine, en la cual incluso están involucrados su madre (Mercedes McCambridge) y su hermano (Gary Raymond).

Tanto la película como la obra original, fueron demasiado modernas en atrevimiento para la época y no estuvieron exentas de polémica a pesar de la rendición final de crítica y público.

Locura, marginación, homosexualidad, inadaptabilidad, mezclas entre lo real y lo onírico..., son características recurrentes de la obra de Williams también aquí presentes y dosificadas en este caso, junto al amor idealizado y exacerbado de una madre a su hijo, para crear suspense.

Prodigiosamente, el personaje clave del film es ese hijo que nunca aparece físicamente, solo en un flash-back final, pero que toda la película está construida en base a él pues tanto la paranoica madre como la angustiada prima (Taylor) están obsesionadas/enamoradas de él.

Las actuaciones son un gran plato fuerte de la película: Katharine Hepburn encabeza el reparto con su carisma y su buen hacer interpretativo al servicio de un papel de inquietante y perturbadora matriarca de luto.

Liz Taylor no se queda muy atrás como joven torturada e inoportuna; Montgomery Clift está correcto en su rol de médico indagador de la verdad, aunque su rostro está tan marcado por su vida real -todo lo contrario a estable- que resulta a veces inquietante y perturbador cuando lo que debería de aparentar es serenidad; el resto de intérpretes cumplen con sus pequeños roles de forma muy aceptable.

Las emociones narradas están tan al límite que llevarían a cualquier humano al borde de la locura, y esto, de hecho, sucede con alguno de los personajes, a través de los largos intercambios de diálogo entre los personajes.

Claro que lo peor de esta historia si cabe, es el desenlace. 

Ese suceso horrible que todos intuimos a lo largo de la cinta resulta tan extraño, desconcertante, inverosímil, que no hay cómo explicarlo.

Muy posiblemente, la censura de la época evitó que en la historia se reflejasen de manera más explícita conceptos como la homosexualidad y la pedofilia, lo que llevaron a optar por una solución, que en vez de paliar el resultado, lo terminó llevando a algo más incomprensible, morboso e incluso diría que algo ridículo, que desentona totalmente con el resto del filme..

Entonces la angustia y el misterio que se ha ido generando durante minutos y minutos de película, estalla en la cara del espectador, dejándole un gesto de incredulidad.

Una compleja, oscura e incómoda película, que hay que digerir con tranquilidad, lastrada por un pésimo y equivocado final.














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