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El Crisol (1996): Las Infamias de la Sociedad



En 1692, en la puritana ciudad de Salem (Massachussetts), un grupo de chicas es acusado de practicar la brujería. Una de ellas, Abigail Williams, procesada por esta razón, presenta a su vez cargos contra John Proctor y su esposa Elizabeth para vengarse de ellos: cuando fue su sirvienta quien tuvo una aventura con John, que acabó rechazándola para volver con su mujer. 

Un baile prohibido es el detonante de un baño de acusaciones de brujería entre los habitantes de éste poblado, que harán lo posible por salvar el pellejo, viendo como su honor y dignidad son sometidos a prueba, ante la posibilidad de salvar sus vidas.

Relato ambientado en la época en la que las supersticiones y las creencias en la brujería, dieron paso a una persecución implacable, en la que las acusaciones podían suponer la condena y muerte directa del acusado. 

Estamos en el siglo XVII, y la lujuria reprimida por un falso moralismo, se desbocaba en grupos de jóvenes, que estaban dispuestos a liberarse de sus ataduras. 

Cualquier alusión al diablo, comenzó a servir de excusa para que la Santa Inquisición – que era la que realmente invocaba a Lucifer con sus acciones de cada día – aprovechara para reprimir aquellos actos de rebeldía que entonces se consideraron herejes.

Se detenía a los acusados – en una alta mayoría, mujeres jóvenes y bonitas – se les torturaba y se les hacía confesar, aunque tan sólo fuera para no seguir aguantando las torturas y las violaciones de que eran objeto por los emisarios de la iglesia.

Así perecieron cientos - quizás miles - de bellas jóvenes que sólo ambicionaban ser libres y dueñas de sus emociones. Y esto ocurrió en numerosos países de Europa.

La historia ofrece un claro y apabullante paralelismo con la caza de brujas que se vivió en la época del senador McCarthy, plasmando la histeria e hipocresía que inunda a las personas, que son capaces de cualquier cosa por salir ilesos.

Y qué decir a estas alturas de un actor como Daniel Day-Lewis, que parece haber nacido para el papel de John Proctor (impagable en el momento de la confesión de su secreto al tribunal, y en toda la secuencia final, una de las más demoledoras que servidora ha visto).

O de Winona Ryder en su buena época. La actriz tiene a su cargo el papel más desagradable de la obra, el de Abigail williams, un auténtico monstruo sediento de venganza que se gana desde su primera aparición el odio del espectador.

Y ella lo borda, personificando su desquiciamiento y su falta de escrúpulos. Todo lo contrario que la muy dulce y adorable Joan Allen, no menos perfecta como Elizabeth Proctor.

Lo curioso e inmortal de la obra y el texto de Arthur Miller es que recurriera a este hecho pasado para contar una realidad presente. 

Y lo más doloroso de todo es que mucho tiempo después de los hechos originales y de la escritura de la obra, los inocentes aún mueren en el mundo, el nombre de Dios aún es puesto en boca de humanos para defender intereses personales o para acusar diferencias ajenas.

Aquellos que luchan por su honor y su vida (palabras demasiado grandes para muchos hoy en día) son ajusticiados (o “injusticiados”, inventándome la palabra) por las mentes que controlan el cotarro, por aquellos que disfrazan de verdad su arribismo y de dignidad su arrogancia.


La locura colectiva que tanto abunda en nuestra sociedad actual, es lo que alimenta las posturas fascistas en todos los ámbitos de la sociedad: En el fútbol, en la política. 

Es una película higiénica que nos ayuda a comprender ciertas actitudes de las masas. Hoy la caza de brujas, como decía, se continúa dando en muchos ambientes con la mayor naturalidad y con el beneplácito de nuestra actitud hipócrita. 





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