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Manderlay (2005): Amargas reflexiones sobre la mentalidad del esclavo



Secuela de Dogville. Segundo episodio de la Trilogía de Lars Von Trier dedicada a los Estados Unidos. Amarga e interesante película que sin embargo pierde puntos respecto a su antecesora, ya que el patrón en el guión es muy similar a Dogville, y lo que catapultó a esta ya no sorprende en esta última.

Además hay que tener en cuenta en esta ocasión a Bryce Dallas Howard como Grace. Su actuación es bastante notable aunque ni se asoma de lejos a Nicole Kidman.

Un tema muy candente en los años 30 como es el del racismo y la opresión de la raza negra sirve de argumento para desarrollar la actividad en Manderlay.

El nuevo capítulo lleva a Grace, a su padre (Willem Dafoe sustituye al James Caan de “Dogville”) y a la tropa mafiosa a un pequeño pueblo del sur llamado Manderlay, rodeado por una larga valla con candado.

Una mujer se acerca al coche y pide ayuda a Grace. Ésta, a pesar del consejo de su padre de que no se meta en asuntos ajenos, se baja con su ejército ilegal a impedir la tortura de un negro esposado, por parte de una madura señora (Lauren Bacall).

Nuestra idealista mujer decide quedarse en Manderlay con el fin de abolir la esclavitud de la población negra e instaurar un sistema democrático. Lo que no sabe es que hay mucha gente convencida en seguir como está. La dificultad estriba en que las buenas intenciones no son suficientes para abrir los ojos de los perjudicados.

Grace en su nueva "aventura" es un poco más autoritaria pero siempre por una causa justa. 

Grace lleva a cabo una empresa por la que no siente más que un interés ególatra, que es el de demostrarle a su padre que el "mundo sería distinto" si hubiera más personas voluntaristas y filantrópicas como ella. 

Se propone ahora rescatar a una comunidad de negros de la esclavitud.

Pero no sabe que para hablar de libertad y democracia antes hay que contar con la gente. La libertad, si es impuesta, deja de ser libertad. Pero esto es algo que Grace descubre demasiado tarde...

"Manderlay" de Lars Von Trier es una película que habla de la esclavitud. Aunque, en realidad, hable más bien de la libertad. Del miedo a la libertad. 

Demuestra que existen personalidades que necesitan que alguien les diga lo que deben hacer, independientemente de la raza, aunque la cultura influye sobremanera. Estas personalidades no están preparadas o no quieren decidir, tienen, en definitiva, miedo.

Esta postura hacia la que tiende el ser humano, es la más cómoda. 

El hombre renuncia a su libertad a cambio de comodidad; la comodidad de no tener la necesidad de tomar decisiones, ya que esas decisiones las toman otras personas "más cualificadas que tú" por ti. (A esto, en ocasiones, también se le llama democracia).

Por desgracia Lars Von Trier no puede ser más convencional en esta película y la conclusión final no aporta alguna idea novedosa que revolucione las neuronas. 
Que la libertad y la democracia no se pueden imponer, ya lo sabemos, lo vemos todos los días en la vida real. 

La libertad significa tomar decisiones y afrontar responsabilidades por ello y nadie quiere ni lo uno ni lo otro si no se está preparado para asumirlas.

En absoluto se puede decir que Manderlay sea una mala película, debido a una temática muy buena es necesario darle un visionado, ya que este tipo de cine atrevido y dramático nos golpea aún más fuerte y duraderamente, porque no nos impacta sólo en lo visual, sino intelectualmente.





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