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La Huella (1972): El Duelo


Y no me refiero a los duelos a los que nos tiene acostumbrados Hollywood en sus westerns o a los de honor, con pistola o espada, de las películas históricas de la época imperial, sino al interpretativo.

Hay películas tocadas por una magia especial, algo que cada vez que vuelves a recurrir a ellas para llenar un rato de tu vida te sigue acercando y enamorando de su historia, de sus personajes y de ese recuerdo que de ellas tenías.

En esta ocasión, tenemos una película capaz de enganchar al espectador más escurridizo con una historia aparentemente simple de juegos e interpretada por unos actores con uno de los tour de force interpretativos más destacados en la historia del cine.

El gran error del prepotente es que subestima a sus contrincantes basado en toda suerte de prejuicios. 
Se obnubila con su grandeza, se cree sin rival, y vive en un pedestal mentalmente construido, sin llegar a reconocer que, entre los “pequeños” que él mira sólo de arriba hacia abajo, hay siempre un individuo sorpresa que, un día cualquiera, sabrá ponerlo en su lugar.


Andrew Wyke (Laurence Olivier) se parece a uno de estos caballeros.

Escritor de novelas policíacas en las que ha subestimado hasta el cansancio la labor de los oficiales, siendo invariablemente un investigador amateur - su alter ego - quien resuelve cada caso.
Vive solitario en una inmensa mansión donde abundan los más sofisticados juegos y donde él se solaza retándose a sí mismo y, de tanto en tanto, retando a alguien que considera digno de que sea su rival.
Sus juegos son sofisticados, excéntricos y, podría decirse que con una pizca satánica y perversa, pues la trama se asemeja cruelmente a la realidad. El último invitado acaba de llegar, se llama Milo Tindle (Michael Caine), es el amante de su esposa, y tiene la pinta de un italiano con aire de perfecto conejillo de indias.

Contrariamente a lo que cabía esperar, la relación entre ellos parece ser del todo cordial, incluso Wyke propone a su nuevo “colega” un plan para solucionar su nueva vida en pareja.
Basada en la obra teatral homónima de Anthony Shaffer, ‘La huella’ trata sobre un encuentro sin igual. Con la única presencia de dos personajes y un solo decorado, Joseph L. Mankiewicz construye un film rico en matices, interesante, y tremendamente absorbente.


Aquí plantea un simple entretenimiento psicológico llevado hasta el límite, una confrontación entre dos mentes que sólo quieren una cosa: jugársela de la manera más astuta posible a su rival.

Es muy interesante el juego que realiza Mankiewicz con el espectador de dobles sentidos, de apariencias engañosas y sobretodo de ambiguedad de ambos personajes.

Durante su enfrentamiento dialéctico, nuestra visión de ambos personajes va cambiando, a medida que también cambia su relación entre ellos (que pasa de la aparente cordialidad al enfrentamiento directo).

Pese a que ambos personajes parten de estereotipos (el aristócrata de clase alta y el plebeyo arribista de clase baja), el director les supo dotar de personalidad propia y sobretodo supo elegir a los actores que tenían que darles vida.

Con estos dos actores y una puesta en escena mayoritariamente en interiores, ambos personajes están siempre rodeados de curiosos (y en algunos casos exóticos) ingenios lúdicos.

Incluso a veces, parecen estar siendo observados por (perturbadoras) máscaras y muñecos, que le sirven al director para enfatizar su mensaje de juego de apariencias en un tono burlón.

Eso sí, decir que el exagerado metraje puede acabar restando dinamismo e interés a la cinta y, aplicando el sentido común, la trama es por completo inverosímil, por lo que si no aceptamos las reglas del pasatiempo no la vamos a disfrutar, y merece la pena.


Me cuesta mucho encontrarle fallos, ya que el guión (de la obra de teatro) es ingenioso, creativo, imaginativo, cuidado, sagaz, irónico... y siempre encuentra sorpresas para el espectador. 
Un trabajo cuidado al detalle, cosa que ya no se ve en el cine de hoy, acostumbrado a las prisas, estrenos, marketing.... a lo fácil y rápido.


La Huella acaba resultando una película arriesgada, que se mueve en un filo muy peligroso, pero del que sale triunfante gracias al talento enorme de todos los que intervinieron en ella.






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