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La Última Noche de Boris Grushenko (1975): Amor y Muerte con Humor




Boris Dimitrovich (Woody Allen) reúne todas las características propias de un cobarde heroico. Desde la infancia su cuestionamiento sobre la existencia de Dios así como los místicos encuentros que tiene con la Muerte representada bajo un velo blanco, le llevan a convertirse de adulto en la oveja negra de la familia. 

Alistado forzosamente al ejército, lucha en las campañas contra Napoleón a la vez que está enamorado de su prima Sonia (Diane Keaton), comprometida con Voskovec (Sol L. Frieder) aunque perdidamente enamorada de Ivan (Henry Czarniak) uno de los hermanos de Boris.

Éste pacifista ruso al que la vida, o más bien las guerras, no le han dado tiempo para dedicarse plenamente a sus dos aficiones favoritas: hablar con la muerte y retozar con su prima Sonia, nos recuerda las peripecias de su vida en su última noche, antes de ser ejecutado por intentar asesinar a Napoleón.


Woody Allen homenajeó a la obra de Tolstoi, ecos a "Guerra y Paz" en ésta película no tan conocida, en comparación a otros grandes éxitos que ha hecho. 

Fue a partir de aquí cuando empezó a añadir sus intensas reflexiones existenciales sobre la vida, la muerte, el amor, el sexo y la religión, por las que son tan conocidas sus películas.

Además, añade elementos políticos relacionados con la Rusia de su momento convertida en la Unión Soviética (el personaje de Boris es instruido por un oficial cubano). También es un film didáctico con moraleja. Y esto lo digo porque te enseña a reírte de ti mismo y a reírte de esta vida.
 

Allen vuelve a dar un paso más para adentrarnos en una sátira de la Rusia zarista de principios de siglo XIX, parodiar la gran literatura rusa de aquella época y parte de la extranjera.

La puesta en escena es eficaz en cuanto ambientación y las escenas de batalla son delirantes y circenses (no se priva ni del número del hombre-bala). Entre gag y gag (que los hay a centenares, pasando del más absurdo al más surrealista posible), Allen consigue introducir con eficacia y éxito pequeñas dosis de filosofía y crítica.

Ante la avalancha de frases ingeniosas el espectador llega a fatigarse a veces, ya que por regla general, en las primeras películas de Woody Allen uno no debe perderse ni una sola frase. 

En este caso, eso es tanto una virtud como un defecto, ya que lo único que sobran son, precisamente, muchas frases que no dicen nada (las batallas dialécticas con la Keaton) y monólogos absurdos por lo aburrido y fuera de lugar.

Aunque irregular en su conjunto, la película recoge algunas de las características de sus obras previas (comicidad de los diálogos y los gags, su cinefilia y ciertos toques surrealistas y absurdos).

En la película se cargan tintas contra el borreguismo militar (precisamente en el año de finalización de la guerra de Vietnam), mientras se medita, por medio del monólogo, acerca de las grandes dolencias del hombre. Si bien, lo malo que puede tener es, que una reflexión tan profunda, pueda provocar rechazo a un público menos entregado.

Simplemente notando como la complejidad de sus argumentos y la irracionalidad de sus escenas se mezclan tan perfectamente, nos damos cuenta que no es una película fácil de olvidar. 

Allen nos sirve las pequeñas y grandes cosas de este mundo disfrazadas de tonterías y humor, que al fin y al cabo es la mejor forma de presentarlas.




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