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Planeta Salvaje (1973): El ser humano “animalizado”



Qué mejor que empezar este viaje bloguero, acercándome al mundo de la animación, y con una película tan especial como ésta y sobre todo distinta, que son el tipo de películas que a mi me gustan, y sobre todo, son merecedoras de aparecer aquí.

Está claro que se puede hacer una buena película de dibujos animados sin que la animación sea extraordinariamente técnica y que se puede apelar a los buenos sentimientos sin escenas lacrimógenas.

Después de los años la sigo recordando como innovadora e impactante, además de extraña y agresiva. Sus imágenes te hacen pensar que somos producto de la casualidad y que ¿por qué no?, podríamos haber sido animales en lugar de hombres y haber sido objeto del maltrato, manipulación, agresiones y, además, conformes con nuestra condición de relegados por no tener capacidad para comprobar que existen otras opciones.

Cuenta la historia de Terr, un humano entre miles que vive como animal de compañía de una joven Dragg, unos seres gigantescos que habitan en el planeta Ygam. Pero Terr tiene suerte, muchos de sus semejantes viven escondidos en oscuros jardines como si fueran una peligrosa plaga que hay que erradicar. Pero el destino de Terr va mucho allá de ser un mero divertimento de su dueño.

La película nos hace reflexionar sobre las relaciones existentes entre las diferentes especies que habitamos en la Tierra. 

Concretamente es una tremenda crítica al trato que proporcionamos los humanos a la mayoría de las demás especies.

El director francés René Laloux cambia parcialmente los roles, porque aunque los Draags son superiores físicamente a los humanos, nuestra especie sigue siendo superior intelectualmente. Laloux ha querido representar a un ser humano parecido a lo que son las hormigas, ha intentado que veamos como maltratamos a otras especies, ponernos en su pellejo.

La historia está basada en el clásico de Stefan Wul sobre la ocupación soviética de la República Checa. Tema que es difícil de esclarecer dado que este filme, promueve la reflexión sobre las diferencias de seres, la intolerancia que inhabilita la posibilidad de convivir pacíficamente en un lugar determinado, la discriminación o las eternas desigualdades que promueven el abuso de poder.

Frente a este panorama, en este cuento vislumbramos cómo el débil aprende del más fuerte las técnicas que le posibilitarán estar en igualdad de condiciones, vemos cómo los seres supuestamente más salvajes tienen la capacidad de organizarse en grupos de resistencia y a partir de allí hacer una propuesta de paz y de mutua tolerancia. 
En ese momento, en la cinta se muestra cómo ambos seres pueden dejar de verse como enemigos y pensar en la complementariedad.

Yendo específicamente a los detalles técnicos, uno puede mencionar la excentricidad de los diseños de Roland Topor (el dibujante). 

Los mismos son trazos sencillos, pero originales que llenan de extrañas sensaciones la atmósfera alienígena del filme, ambientes y paisajes de ensueño, donde el surrealismo inunda nuestra pantalla. 

A ello hay que sumarle una banda sonora, la cual crispa los nervios y combina a la perfección con el relato, complementándose.

Una película adulta, y mágica, con un ataque psico-social constante hacia lo que ahora y desde hace ya mucho tiempo es nuestro mundo. Es decir, un mundo bajo, un inframundo, y del que nadie más es culpable, más que nosotros mismos. 

El mensaje de la película es clarísimo, e incomoda a cualquiera, y así es de efectiva, por lo que yo la considero una gran obra. Me pregunto si los ratones de laboratorio sentirán algo parecido a lo que sienten estos seres diminutos controlados por mentes superiores.




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