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El Portero de Noche (1973): Una forma distinta de amar



"El portero de noche" sirve como ejemplo de la apertura sexual e ideológica que se dio en el cine europeo en los años 70. Considerada realmente polémica y film-escándalo en su tiempo fue osada en el planteamiento argumental, que desde lo puramente sexual y erótico, proponía nada menos que una reflexión amplia de la terrible historia del nazismo y todo lo que le rodeó.

Intentar comprender por qué una superviviente del holocausto se enamora de su torturador es intentar comprender lo imposible, encontrar explicación al funcionamiento de los más ocultos mecanismos de la mente humana.

1957. Max Aldorfer, es un ex-nazi quien, junto a otros fugados miembros del juicio de Nuremberg, procura borrar del mapa todo historial… y a cualquier testigo que pudiera delatarlos. Entre tanto, trabaja como recepcionista en el Hotel zur Oper de Viena. 


Durante la guerra, Max se hacía pasar por médico y así accedía a la intimidad de numerosas pacientes judías a las que violaba y luego asesinaba. Sólo una de sus víctimas, Lucia Atherton, consiguió sobrevivir, y esto sucedió porque él se enamoró de ella y la convirtió en su “pequeña” protegida… de él mismo y de todo aquel que pretendiera hacerle daño.

Y es en ese momento, cuando al Hotel zur Oper llega Lucia acompañando a su marido, un prestigioso director de orquesta. Y el pasado acudirá de nuevo a la memoria, y habrá lugar para el reinicio de un sentir que estaba adormecido en sus corazones.


La directora Lilliana Cavani difumina la línea entre el horror y lo sublime, preparando mentalmente a la audiencia para la relación entre Max y Lucia. Los personajes no son los típicos buenos o malos; son moralmente ambiguos; tal cual es el ser humano en la vida real.

La violencia física y psicológica se transforma en pasión y después en sexo, pero aquí el sadismo no se muestra como una mera perversión sexual sino como un canalizador de algo mucho más profundo, una materialización del trauma y el dolor que arrastran los protagonistas y una metáfora de los horrores de la guerra.

La verdad es que da gusto ver la transformación de los personajes de Dick Bogarde y Charlotte Rampling; pasan de lo racional a lo animal. Para mi, esta película supuso el descubrimiento de Charlotte Rampling; actriz con apariencia recatada que luego sorprende llegando al puro erotismo. En cuanto a Dirk Bogarde, le van como anillo al dedo estos personajes afables por fuera y turbios por dentro.

A pesar de que la película pudiera no sorprender de la misma forma en la actualidad y resultar algo envejecida, hay que ver la interpretación de ambos actores y trasladarse a aquellos años, para darse una idea cabal de lo que entonces significaron.

Lo que me resulta bastante destacado de este filme, es la sensitiva capacidad que desborda la directora Liliana Cavani, para conseguir que entendamos la sorprendente fuerza interior que logran fluir estos dos extraños seres, uno de los cuales pareciera merecer todo nuestro desprecio y la otra toda nuestra compasión. 


A pesar del argumento morboso, la cineasta logra, sin embargo, buena parte de sus propósitos: proponer un amor extraño, fatal e imposible y hacerlo medianamente creíble (eso a pesar de los mediocres y equivocados "flash-backs");

Tal vez se le podría reprochar un metraje algo excesivo, porque aunque no pasa las dos horas, algunas escenas resultan innecesarias y entorpecen un poco el ritmo de la película.

Las interpretaciones están bien meditadas y no resultan exageradas o forzadas; pero sí algo histriónicas en ciertos momentos, aunque creo que es en favor de la historia a contar.

Parece querer recalcar la idea de que el amor no es un sentimiento tonto, melifluo e infantil, como en ocasiones se nos quiere hacer ver, sino algo que en ocasiones es punzante, áspero y cruel.







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