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La gata sobre el tejado de zinc (1958) : Pasado, Familia, Rencor y Amor.




Adaptación al cine de una de las obras teatrales de mayor éxito del dramaturgo norteamericano Tennessee Williams y premiada con el premio Pulitzer en 1955.

Sucede durante un caluroso día de verano en una rica mansión sureña, es el día que del poderoso patriarca de la familia (majestuoso Burl Ives) vuelve a casa después de un exhaustivo examen médico, es también su cumpleaños y sus dos hijos con sus respectivas esposas se han reunido para celebrarlo.

Uno de los retoños es Brick (soberbio Paul Newman), es ojo derecho de su padre, deportista frustrado, que acaba de tener un percance por lo que tiene una pierna enyesada. Es una persona atormentada que no para de beber por Skipper, su amigo suicidado, y destila amargura e irascibilidad además de que las riñas con su esposa son continuas.

Su esposa es Maggie (espectacular Liz Taylor), quien desea tener un hijo, y pelea como una gata por no perder posiciones por la herencia ante la posible muerte del suegro, y es que tiene en los cuñados unos duros competidores.

La cuñada es Mae (Madeleine Sherwood), una persona mezquina, que aprovecha que le ha dado al patriarca 5 nietos y viene otro de camino para ganárselo. Su esposo es Gooper (Jack Carson), es el mayor de los hermanos e hijo modélico, que entra en el juego de su mujer.

Con estos ingredientes se desarrolla una película de gran intensidad dramática que nos habla de temas universales, la hipocresía, la codicia y el amor; siendo un retrato demoledor de la avaricia, de la envidia, y lo hace en el seno de una familia que se está pudriendo por un doble juego moral y a través de esto, las relaciones familiares se convierten en una farsa, un juego decadente por ganar el favor del dueño de la caja fuerte.

La cinta asienta sus sólidos cimientos sobre un magno guión con una evolución fluida, que hace te atrape desde el minuto uno. Este guión hace que su elenco actoral tenga un material del que saca provecho de modo extraordinario, aunque eso sí, la época que la concibió era mucho más conservadora. 

Esto provocó los difíciles malabares que tuvo que sortear la película por causa de la censura, al no hacer explícita la algo más que íntima relación de Brick con Skipper. Pero los censores no se dieron cuenta de que los personajes de Williams están tan bien escritos que hablan por si mismos.

Y es que a ver quién es capaz de abandonar la película a medias y quedarse sin saber porqué Brick es tan desgraciado, porqué aborrece tanto a su esposa, al resto del mundo y a sí mismo como para no poder soportar la realidad sin estar borracho. Pero lo cierto es que, con su labor, el director del filme, Albert Brooks, revaloriza más si cabe la obra de Williams, por saber escoger con acierto los actores que interpretarían sus personajes.

Y es que Elizabeth Taylor y Paul Newman (los ojos femeninos y masculinos más bonitos del cine, o al menos eso se ha dicho de ellos), presentan con una química perfecta, sus personajes llenos de indiferencia y frustración.
Vista la película, uno piensa que no se podía haber elegido a otros protagonistas que no fueran ellos, al menos mi imaginación no alcanza a sustituirlos. Newman borda ese personaje tenue, frustrado y confuso y Taylor derrocha sensualidad y coraje a partes iguales.

Estamos ante una historia de extraños que forman una familia, dónde sale lo mejor y lo peor de cada uno. Cine del bueno para disfrutar, admirar y reflexionar. Esto de reflexionar... ¿nos acordaremos de lo que es?


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