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Dias de Vino y Rosas (1962): Un Viaje de Ida al mundo del Alcohol


En ocasiones me noto sin saber qué hacer al juzgar una película de hace 50 o 60 años, con sus diferencias obvias en el tratamiento de las relaciones sociales, la psicología de los personajes, el desarrollo de la trama, el humor... y siempre con miedo a que no me despierte las emociones esperadas, porque entonces no sé dónde debo ser condescendiente y dónde no.

Con esta obra de Blake Edwards no me sucede. Nunca me sucede. Desde el primer minuto, con esa música sonando en los créditos iniciales, la película me tiene ganado. Es una película bastante atípica, demasiado cruda para los años sesenta.

La historia nos habla de Joe Clay, relaciones públicas de una empresa, donde conoce y se enamora en una fiesta de Kirsten Anderson,  una secretaria con quien termina casándose. Ambos tienen una preciosa niña. Todo va sobre ruedas hasta que él la arrastra a ella por el camino de la bebida.

Lo que al principio parecía un inocente pasatiempo se va a convertir en un terrible drama ya que ambos terminarán sumidos en el infierno del alcoholismo.

Pese a los intentos de ambos y a la ayuda del padre de Kirsten por que el matrimonio pueda levantarse y ellos puedan reiniciar sus vidas alejados del alcohol; siempre quedan de nuevo inducidos a su consumo.

Días de vino y rosas se centra en el tema del alcohol, pero al fin y al cabo podría extenderse a todos aquellos ámbitos, en los que el ser humano se guía más por pasiones que por razones, como por ejemplo en el amor, donde muchas veces estamos tentados de hacer cosas que sabemos que no debemos hacer.  

Esta película nos habla del peligro de las adicciones y de cómo en el mundo moderno el individuo se ve condicionado a caer en éstas. 

Así, en la película de Blake Edwards la tentación acecha continuamente a la pareja, situación que se vuelve aún más dramática desde el momento en que hay una hija de por medio.

A día de hoy hay muy buenas cintas sobre las adicciones en general, son incluso más profundas e hirientes, pero en esos días de vino y rosas hay un tratamiento más delicado.

Y es que el éxito sin duda es ir mostrando paso a paso la imagen social y laboral de los personajes, diferenciando la dependencia y la abstinencia de ambos; incluso para aquellos que nunca hayan probado ni el brandy alguna vez en sus vidas, esta sencilla historia les hace pasar un mal trago..

Es una gran obra con un desarrollo que a veces puede parecer un poco lento, aunque correcto, y magistrales interpretaciones, de las que dejan huella y calan hondo por parte del dúo formado por Lemmon y Remick.

Sin duda los que estén acostumbrados a ver a Jack Lemmon en papeles de comedia se sorprenderán gratamente de los registros que tenía para los papeles dramáticos. 

Su personaje cambia de reflejar al principio a un tipo relativamente alegre y desenfadado que no para de contar chistes entre trago y trago, hasta mostrar al sombrío, pesimista y amargado de la segunda parte.
 
No hay que olvidar el gran papel de Lee Ramick dando vida a una atormentada mujer que no encuentra salida en el oscuro callejón en el que le ha metido su incauto marido.

Solamente tengo algo que criticar a está película, y es que es de una moralina desagradable. Eso si que lo sé. Ahora va a resultar que si uno tiene problemas con la bebida el problema es por la bebida misma, en vez de ser esta simplemente una vía de escape.. No trata de conocer el problema, se trata de moralizar, y sin cuestionar lo mas mínimo.

Echo mucho en falta un tratamiento más científico del tema, más explicaciones, ver cómo ayuda al protagonista a superar el problema... Todo esto se narra bastante de pasada.

Hoy en día algunas cosas han cambiado, sobre todo las adicciones de las clases burguesas con una estresante y cosmopolita vida social, pero esta película consigue mantenerse firme con el paso de los años, irónicamente envejeciendo como el vino.






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